Ómicron se ha colado en la escena final de esta segunda parte para dejar con el alma en vilo a medio mundo, sin que ninguno se atreva ya a hacer pronósticos de lo que traerá la tercera entrega de la pandemia que ha confirmado a última hora su creador, Sars-CoV-2.
A lo largo de doce capítulos, muchas pistas se habían ido dando sobre la posibilidad de que, si la vacuna no llegaba a todo el planeta, apareciera una variante que pudiera romper lo que el público mal entendió como el regreso a 2019.
No, esto no ha acabado y, de momento, esta segunda temporada deja cuatro nuevas olas -tercera, cuarta, quinta y sexta-, que suman otros casi 4 millones de nuevos contagios y alrededor de 37.000 fallecidos de los 90.000 oficiales que han muerto ya por covid.
Cifras que habrían sido insostenibles de no haber sido por la vacuna: según los últimos cálculos del Ministerio de Sanidad, la reducción del riesgo de hospitalización para quienes la tienen puesta es de alrededor del 90 %. Y más: las personas de 60 a 80 años que no están vacunadas tienen 8 veces más probabilidades de infectarse, un riesgo 25 veces mayor de morir y 18 veces más de ser hospitalizadas.
Nadie puede negar la brillante interpretación de Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Janssen y, muy pronto, Novavax, las cinco autorizadas -en tan solo un año- en la UE: han salvado al menos medio millón de vidas en Europa, según datos de la OMS y el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés).
EL CAMINO HACIA LA ¿INMUNIDAD DE GRUPO?
La primera parte nos dejó con Araceli recibiendo su primera dosis de la mano de Mónica; el tráiler de la segunda nos la volvía a mostrar, pero en otro escenario y con otras personas. Era la pista de la campaña de terceras dosis que estaba por venir.
Ante la limitada cantidad de vacunas que se recibían en un primer momento, los expertos de distintas disciplinas que vienen trabajando en la estrategia de vacunación priorizaron a los mayores de las residencias y los sanitarios, para ir introduciendo poco a poco nuevos grupos etarios, a medida que aumentaba la cantidad de dosis y de marcas.
El ritmo inicial levantó las suspicacias de más de uno, que cuestionaba que el país pudiera tener vacunado al 70 % de su población para el verano, la cifra mágica en que los gobiernos situaron la inmunidad de grupo, entendiéndola como un interruptor que, cuando se activara, apagaría la crisis sanitaria.
Hasta que por fin se comprendió que esa cifra se había quedado desfasada, sí que sirvió para que la ciudadanía se ilusionara con un horizonte con el que dejar atrás los horrores vistos en la parte 1, así que el optimismo se fue adueñando de ella, animada además por los extraordinarios resultados en las tan cruelmente castigadas residencias.
Estadios, polideportivos, universidades, catedrales, hasta vacuguaguas: la campaña abandonó el sello independiente y las comunidades exhibieron poderío con una superproducción que alcanzaba máximos diarios de pinchazos, con rachas que superaban los 800.000. Las ansias eran tales que no faltaron los que, haciendo acopio de cara, se saltaron su turno. En solo seis meses 24 millones de españoles completaron la pauta.
CON SUS OBSTÁCULOS
Y sí, en el pico de la cuarta ola, la que desplazó los contagios a los adolescentes que aún estaban sin vacunar, se cumplió el objetivo del 70 %: el 31 de agosto, 33 millones de ciudadanos se habían vacunado. Pero el virus dio al traste nuevamente con los cálculos de cualquiera, demostrando por enésima vez que en esta serie poco se puede dar por sentado.
Hacía falta mucho más que eso para derrotarlo, pero los números no dejan de ser espectaculares, y eso que en esta carrera no han faltado los obstáculos.
El más doloroso, el de la caída de AstraZeneca: reiterados incumplimientos de las entregas, unido a los episodios trombóticos, aunque raros y escasos, junto al lío y cambios de criterio sobre las segundas dosis para los trabajadores esenciales, empañaron su imagen. Por el camino también se ha quedado Janssen, sobre la que se generaron las máximas expectativas por su condición de monodosis y que ahora hay reforzar con una segunda de ARNm.
Tampoco ha faltado el uso de la pandemia y la vacunación como arma arrojadiza y la temporada ha dedicado demasiados minutos a los tira y afloja del Gobierno central con algunas comunidades enzarzadas a cuenta de la estrategia y la gestión de la crisis para arrebatárselos a un hecho, y es que en tan solo un año, se han puesto 86 millones de dosis a 39 millones de ciudadanos, se ha iniciado una segunda vuelta con refuerzos a mayores de 40 y se agotan las vacunas pediátricas para los niños de 5 a 11 años.
LA SAGA DE LAS VARIANTES
La británica, la sudafricana, la brasileña, la india... El año ya comenzó y siguió hablando de variantes cada vez que despuntaba una nueva ola, sembrando la psicosis colectiva con cada nuevo caso. La OMS cambió incluso su denominación para evitar el estigma de los ciudadanos de los países que primero las detectaban, así que pasaron a llamarse Alfa, Beta, Gamma o Delta, entre otras.
No sabemos si es ella, o no, la que tanto preocupaba a los científicos desde el principio, la B.1.1.529, más conocida por su nombre artístico, que debe a la decimoquinta letra del alfabeto griego; la OMS se saltó las dos anteriores que suceden a delta, "nu" y "xi", para evitar su similitud con el "new" del inglés o para evitar que coincida con uno de los apellidos chinos más comunes.
Parece ser más contagiosa pero más leve, y hay que esperar aún a tener datos más definitivos sobre su impacto en la vacuna, pero donde seguro ómicron ya ha dejado mella es en el ánimo colectivo en plenas navidades: la erupción de máximos encadenados de incidencia han devuelto la incertidumbre que la euforia vacunal y los buenos datos del tramo final del año parecían haber borrado del imaginario.
EL REMAKE DE LAS RESTRICCIONES
¿Se acordaba alguien de que más o menos a mitad de temporada, allá por el 9 de mayo, finalizó el segundo estado de alarma y, con él, la cobertura legal con la que durante meses las comunidades pudieron imponer las restricciones más duras sin temor a que su tribunal superior de justicia se las echara por tierra?
Al final fue el Tribunal Constitucional el que terminó declarando inconstitucional, como hizo con el primero, el segundo estado de alarma, pero antes, y durante meses, las comunidades pudieron diseñar sus propias medidas contra el virus: cierres perimetrales, confinamientos, toques de queda, limitaciones horarias y de aforo... Cada semana se dibujaba un nuevo mapa autonómico de restricciones. Y en esas estamos ahora.
Puede que no hayan sido tan duras en cuanto a cifras de hospitalizados y fallecidos, pero ómicron ha trastocado los planes navideños de buena parte de los españoles, que han tenido que cambiarlos a última hora o tirar de imaginación para evitar los riesgos. Por no hablar de los de (otra vez) los sanitarios.
¿Quién podía imaginar filas interminables en centros de salud y urgencias, colapsados por casos leves y asintomáticos, para acabar de dar la puntilla a sus profesionales? ¿Alguien pudo pensar en otras fiestas aislados por haberlo pillado o ser contacto de un positivo? ¿O que de celebrarlas tendría que ser, previa realización de un autotest de farmacia, en estancias separadas y con bufanda para poder abrir todas las ventanas?
Desde luego que las navidades de este año no están siendo como las del pasado, pero ahora falta algo que aquellas sí tuvieron, y es el horizonte de una vacuna que acababa de llegar. Ahora ya sabemos que funciona y es efectiva. Puede que la tercera sea la del tratamiento. Pero el tsunami llamado ómicron también nos ha hecho más conscientes, cuando también estamos mucho más tocados, de que este guion es impredecible y su final está más abierto que nunca.