Estamos en plena quinta oleada de la pandemia, pero parece que no nos enteramos. Los centros de atención primaria están sobrecargados y los hospitales saturados o al borde de la saturación. Las UCIs ya están prácticamente llenas de enfermos de covid, lo que quiere decir que no hay camas para otro tipo de patologías y se han de empezar a habilitar camas extras. Pero no son verdaderas camas de UCI, porque lo que define una cama de intensivos no es que tengan toda la tecnología 'ad hoc', que es, por supuesto, imprescindible, sino que sean atendidas por personal médico y de enfermería especialista en cuidados críticos y, de esos, no tenemos más que los que hay.
Se pueden habilitar espacios y camas y dotarlos de toda la tecnología necesaria, pero los profesionales intensivistas no se pueden multiplicar como los panes y los peces. Ya demasiado hacen y llevan haciendo desde que empezó la pandemia, y antes. La consecuencia inevitable es que la mayor parte de los recursos humanos, de espacio y tecnología se van a tener que dedicar a la atención de los enfermos de covid, y ello implica la suspensión de toda la actividad no urgente o inaplazable, con el consiguiente daño, muchas veces irreparable, a todos los pacientes con otras patologías, crónicas y subcrónicas, sobre todo, pero también agudas, que verán diferidos sus necesarios tratamientos o exploraciones y revisiones de control.
Es una situación dramática, pero parece que la mayoría de los ciudadanos pasa olímpicamente. A pesar de la constante información acerca de la situación de la pandemia, se comportan como si ésta ya hubiera acabado o estuviera en fase de resolución. Y nada más lejos de la realidad. Eso sí, todo son críticas a los gobiernos y a las autoridades, que probablemente se merecen la mayor parte de ellas, por haber recortado los presupuestos sanitarios en su momento y no haber invertido después lo necesario y, sobre todo, por no haber dispuesto de un plan de contingencia contra pandemias, o, si disponían de uno, no haber previsto las necesidades para implementarlo si llegaba el caso, como ha llegado.
Pero ahora, con el sistema sanitario desbordado, más allá de las responsabilidades de la administración, están también las nuestras, las de los ciudadanos, y en eso estamos fallando lastimosamente. El comportamiento de muchas personas en estos momentos es por completo irresponsable. Todos vemos cada día a personas reunidas sin las debidas medidas de seguridad, todos sabemos de reuniones privadas en las que se juntan muchos más participantes de los admitidos y recomendados por las autoridades, de contactos de positivos que no cumplen la cuarentena, y de contagiados que sabiéndolo no guardan el preceptivo aislamiento, con lo que se convierten en una bomba diseminadora de la enfermedad y en unos criminales en potencia, ya que alguno de los que contagien puede acabar muriendo.
No debería, en cualquier caso, extrañarnos. Sabemos de la ínfima conciencia cívica de muchos de nuestros conciudadanos. Del mismo modo que tiran colillas encendidas desde las ventanillas de los coches, hacen barbacoas en el bosque cuando está prohibido, tiran la basura y los desechos sin seleccionar y muchas veces en contenedores inadecuados, tiran papeles al suelo sin ningún rubor, no recogen la mierda de sus perros cuando los sacan a pasear, se saltan los semáforos en rojo, sobrepasan los límites de velocidad, adelantan con línea medianera continua, circulan petardeando a toda velocidad en moto a las tres de la madrugada, aparcan en reservados de minusválidos (“son solo dos minutos”) y tantas otras muestras de incivismo, no podíamos esperar un comportamiento ejemplar en la hora de la pandemia, a no ser que las autoridades decreten medidas sumarísimas con el consiguiente aparato coercitivo. Pero supongo que quienes gobiernan, igual que todos, deben ya estar ya saturados de fatiga pandémica y no están por la labor de imponer nuevos confinamientos.
Es la hora de la responsabilidad individual de todos y cada uno de nosotros, que se transforme en un impulso colectivo hacia la resolución de la epidemia, aunque, al menos yo, no albergo esperanzas. La última: hay ciudadanos que no acuden a la segunda dosis de la vacuna porque priorizan las vacaciones.
“Stipendium peccati mors est”.