Un grupo político con un interés y credibilidad a prueba de tracas, ha sacado de la chistera una Ley animalista cuando lo que buscaba era un hermoso conejo blanco. “Abracadabra, pata de cabra… que salga un conejo” y le salió un gazapo. De momento, eso sí, ya han hecho felices a las aseguradoras del País… ¡Un segurito ahí, jefe! Este embudo de Ley, comportará una serie de requisitos encaminados a la defensa de los animalitos del bosque y de la urbe. Y de las praderas y de las terrazas y de las avenidas y de todas partes, ¡qué caramba! Antiguamente, decíamos que los animales eran, también, hijos de Dios. Tal vez por el hecho de que algún político o política se considere como si fueran los mismísimos sobrinos y sobrinas del Altísimo, hayan pensado que la salvación de todos ellos está en sus manos. Casi en el mismo nivel que, en su día, estuvo en las de Noé; solo que, en este caso, no se busca el meterlos en un Arca, sino darles unos derechos que ni hayan pedido. Todo lo más, muestras de cariño. Y, los que no entiendan esas prerrogativas, pues que vivan con una serie de comodidades que ni ellos mismos sabrán que la tienen.
En casa hemos cedido un espacio de la vivienda para que sea usada por la perrita que nos acompaña -creo que ya lo he comentado en alguna ocasión-. Nina es su nombre -no estamos seguros de haber hecho lo correcto al ponerle un nombre sin “su” consentimiento-, pero así se decidió que se le conociera. Nina ven aquí, Nina, estate quietita, Nina a comer, Nina eso no se mordisquea, Nina para arriba y Nina para abajo. Y, ¿Qué hace Nina ante tanta instrucción? Pues lo que le da la real gana. Hay veces que nos planteamos en la familia, si será, que no le gusta el nombre que se le puso. Con esa falta de empatía, por su parte, a ver cómo le hago entender, ahora, que ha de pasar un cursillo de la misma manera que tendremos que superarlo el resto de personas que vivimos con ella. Habrán visto que he sido cauto a la hora de no dejar constancia de propiedad alguna. En eso sí que estoy muy cercano a las tesis de la Ley de marras, pues en ningún momento hemos considerado que los dos canes que han pasado por casa -el anterior y la actual- puedan ser considerados con un bien mueble más. Si les soy sincero, tampoco me sale hablar de paternidad, porque nadie de la familia cedió óvulos o espermatozoides para engendrar este bello “peluche”. Así que estamos en un dilema cuando le pedimos a Nina que nos haga caso. Usamos cualquier equivalente al de “amo”, “ama”, “papá” “mamá” y he de reconocer que nos hacemos un lío de narices. Pero, ahí vamos.
Nina, según la Ley 7/2023 del 28 de marzo (art.1.2), es un “ser sintiente” y como tal, se le ha de tratar. Manda “un par”, el que hayamos tenido que leerlo en una Ley. Nuestra mascota, no solo siente, sino que hay muchas veces que pensamos en pasarle un test de inteligencia, pues el que algo tan pequeño y aparentemente perruno, consiga con sus posturas, miradas, gestos y desmanes, que los seres humanos con los que comparte vivienda, le entendamos cuando quiere que la saquemos, o que juguemos con alguno de sus muñecos o, simplemente, que le cambien el menú, porque el cotidiano, ya no le convence como para comérselo todo; merece un estudio exhaustivo. Con todo lo que hemos venido observando desde que llegó a casa, no tenemos muy claro lo de, además, pasar un control para dar viabilidad a los preceptos legales que han salido de las Cámaras Legislativas. ¡Nina, en el Congreso se habló de ti!
Además, cuando le hemos dicho a Nina, que tendrá que pasar por un test para analizar su nivel de sociabilidad, nos ha insinuado que lo que ella preferiría sería presentarse a unas oposiciones o directamente a la política, sin pasar por más filtros, sino que se le admita su característica de ser sintiente. Me ha comentado que nadie de sus antepasados ha cursado estudios, al igual que ella misma. De hecho, me ha comentado que no vino a este mundo con vocación de perra trabajadora y que lo más que le apetece es estar presente para con sus ladridos, estimar o desestimar todas y cada una de las leyes que le atañan a cualquier animal de este planeta. Me ha dejado caer, cuando le he dicho que esos puestos son ocupados por gente muy preparada, formativa y socialmente hablando, que tal vez sería mejor que me informara un poco más. Ella asegura que en más de un caso, lo único que presentan es una titulación elemental y una contribución en la sociedad, poco más o menos, que la de otro tipo de ser sintiente. Yo no estoy muy conforme con sus aseveraciones, pero cuando le llevo la contraria, recibo un ladrido corto y alto, como única respuesta. Cuando le digo que, por favor, se piense lo de ir a un cursillo para sociabilizarse, me responde con dos ladridos: uno cortito y lastimero, como para dar pena y cuando ya me tiene con los ojos rallados, me espeta otro alto y seco. ¡Conversación finalizada!
Estoy en un sin vivir porque la ley deja bien claro que, toda mascota, deberá pasar por ese ejercicio para determinar su capacidad de sociabilizar con el resto de convivientes. Desconozco si Nina tendrá que llevarse bien con algún vecino con el que, a uno mismo, le cuesta entender su falta de educación. Si yo doy los buenos días, pero nadie me devuelve el saludo, ¿cómo le voy a exigir a Nina que le ponga carita amable a semejante ladrillo? Y, por otro lado, no encuentro en el texto legal, como tengo que actuar en los casos en los que la perrita, “motu proprio”, decida no interactuar con otros seres vivos de su misma raza y condición. Nina se muestra algo “estiradita” en algunas ocasiones. He detectado, por ejemplo, que con ratones, lagartos y pájaros, no desea fundirse en un abrazo, precisamente. Y ante mi aviso de que, con esa actitud, puede tener dificultades para diplomarse, pues que guau y dos veces guau.
Cuando vamos de visita a casa de la madre que la trajo al mundo, la desquicia. Quiere abrazar, oler, y besar tanto a su mamá, que la vuelve loca. Y, claro, Duba, que así se llama su madre, le enseña los dientes para imponer algo de respeto ante tanta expresión de cariño. ¿Qué hago? A la otra perrita no puedo decirle nada ni pretender que en su casa alguien le recrimine lo del gruñido, porque yo la entiendo perfectamente. Nina, por su parte, me mira como diciendo: y tu empeñado en que vaya a hacer el cursillo. Es el momento adecuado para volver a recordarle que no es un capricho mío, sino que la Ley está para respetarla. Guau, corto y seco. ¡Se acabó el debate!
Está claro, que Nina no desea diplomarse. Tampoco quiere ser una burra toda su vida. Parece que, a lo único que aspira, es a que la dejen vivir en paz. A su aire. Con sus caprichos perrunos, sin más alborotos. Me ha pedido que le traslade a los políticos que si se prevé recaudar algún dinerito extra por la expedición de los títulos de “animal apto” para vivir en sociedad, o si alguien del sector “mascotas shops”, se estaba frotando las manos ante la posibilidad de poner en el mercado algún producto más, pues que se olviden de ella. Al menos, hasta que lo cubra la Seguridad Social. Cuando llegue ese momento, ella me ha prometido -de aquella manera- que pedirá cita y pasará a presentarles sus respetos.
Sé que tendré que llevarla, pero no creo que ella vaya a gusto, por lo que puede que alguien me denuncie por llevarla a desgana. ¡Qué dilema!