Según el marxismo más ortodoxo, el empresario se lucra con la plusvalía que aporta el trabajo de sus operarios. En buena lógica, pues, cuantos más trabajadores consiguiéramos ocupar -no falsamente ocupados, como sucedía en los países comunistas del Este de Europa-, más beneficio obtendríamos.
De este principio surgieron históricas reivindicaciones y modelos productivos alternativos de autogestión, que proponían suprimir la figura del empresario por la cooperación entre los trabajadores.
Lo que no cabía en las mentes de los pensadores del siglo XIX es que lo que desaparecieran fueran los trabajadores y sobreviviera únicamente el empresario. Luego, vino el auge de la maquinización y comenzaron los temores sindicales por la sustitución de seres humanos por ingenios mecánicos.
En este proceso de deshumanización empresarial la banca ha conseguido, al fin, rizar el rizo. Ya ni siquiera se necesita un empresario, basta con un magma de capital de diversa procedencia -fondos de inversión, incluidos los llamados 'buitre', pequeños ahorradores engañados que ni siquiera saben en qué están invirtiendo y que casi nunca ganan ni un céntimo, etc.-, gestionado todo ello por empleados de sonoros apellidos vascos o catalanes ricamente retribuidos -que no son empresarios, porque no se juegan ni un solo céntimo de su patrimonio- para que el invento funcione, mientras los accionistas mayoritarios navegan despreocupadamente en sus yates en las Seychelles o juegan al golf en las Quimbambas.
El negocio bancario ha cambiado tanto que ya no solo cobra por dejar dinero con interés usurario, sino también por el dinero que se le deja. Como en los juegos de naipes, la banca siempre gana.
Y, cuando no gana, se la rescata, como ocurrió tras la crisis del 2008, con 60.000 millones de euros a fondo perdido que hemos pagado los españoles y resto de europeos y que, por supuesto, jamás nos serán devueltos.
Aprovechando la confusión que produjo aquella crítica situación económica en el respetable, se exterminó el último reducto de control social del dinero, las cajas de ahorros, previamente embrutecidas por el poder político hasta convertirlas en departamentos de los gobiernos autonómicos, que las arruinaron a conciencia, como bien sabemos todos los ciudadanos de Balears.
El último episodio de este latrocinio es el de la concentración de intereses mediante fusiones de entidades bancarias, hasta convertirse en un oligopolio frente al que la Unión Europea permanece, como de costumbre, en posición genuflexa. En el camino, hemos consentido que los bancos dejen de atendernos, que nos presten un patético servicio personal limitado a unas pocas horas a la semana y que, encima, nos cobren por hacer su trabajo, mediante eso tan guay denominado 'banca electrónica'.
¿Se dan cuenta? Los propietarios del invento están permanentemente de vacaciones, el trabajo, por el que cobran indecentes comisiones, lo hacen los clientes desde sus casas, y también nos cobran por el dinero que les dejamos.
Se liberan de pagar alquileres de miles de locales, arruinando ese mercado, y, como sublimación de todo este proceso, ahora pueden echar al 20% de la exigua plantilla que les quedada con el dinero del rescate que jamás nos devolvieron.
Es el negocio perfecto, sin duda. Supérenlo.