Ver abrir un regalo
Por
Juan Pedro Rivero González
miércoles 06 de enero de 2021, 13:11h
No me cabe duda alguna. La edad adulta llega cuando se descubre más alegría en ver abrir un regalo por parte de otro o de otra a quien quieres, que en abrir tu propio regalo. Es la experiencia de tantos padres y madres en estos días, de tantos esposos o esposas el día de Reyes, de tantos amigos que se han intercambiado un detalle que grita el afecto con el que fueron envueltos.
«Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35). Así ha quedado plasmado como afirmación en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero lo dice el libro porque lo proclama la vida. El corazón humano necesita decir “tú” para palpitar dentro de un “yo” con sentido.
Soportamos que rompan a tirones el papel que tanto ha costado situar como embalaje, con mimo y, no pocas veces, con dificultad. Se rompe la obra realizada y no nos importa. En otros momentos que no respeten nuestro trabajo nos crisparía y despertaría la bestia interior. Pero un regalo domestica nuestro corazón y nos sitúa embobados en el escenario vital en el que alguien abre un regalo.
Hemos buscado un papel bonito, un lazo significativo…, pero lo más importante no es siquiera la materialidad del regalo. Es el hecho de regalar. Es el fenómeno existencial de haber construido un don. Es el diálogo sin palabras que se establece entre quien mira y quien abre el regalo. Es la gramática de la gratuidad en forma pluscuamperfecta.
Todo regalo es regalo, pero hay regalos que sacan del corazón los Reyes Magos. No los traen en sus bolsas junto a otros regalos. Los llevan por dentro, guardados donde se guardan los tesoros. Lo de menos fue la mirra o el incienso. El sentimiento de adoración es lo que convierte el perfume en regalo. Lo que hace que el oro no solo sea un metal precioso, sino una ocasión de afirmar la nobleza e importancia del otro.
Regalar es entregar un trozo de lo que somos a quienes queremos. Es ofrecerle un pedazo de lo que somos a sabiendas de que no lo perdemos; muy al contrario, es precisamente cuando lo poseemos en verdad: cuando ya no nos pertenece. Ver abrir un regalo es contemplar cómo nos reconstruimos ante la mirada de sorpresa de otro que nos dice quiénes somos.
Y lo más sublime: regalar sin esperar regalo. Ese es el verdadero regalo. No invierte para ganar afecto o recompensa alguna. Da porque quiere dar, con la generosidad que hace bien al alma humana. Todo acaba en el brillo de otros ojos, sin que anhele que brille mi mirada más allá que lo que contempla brillar.
En esta Navidad he visto llorar a alguien por recibir su primera comunión a sus cincuenta y pocos años. Recibir lo que para mí es costumbre como un regalo. Y me ha hecho bien descubrir la novedad de lo de siempre porque iba envuelto en la sencillez de la fe. Esta Navidad he visto el agradecimiento de personas que participan en proyectos de Cáritas al recibir algo tan sencillo como el menaje de cocina y una cubertería nueva que hace que el comer se convierta también en una novedad fraterna. Y eso por la generosidad de las cofradías y la hermandad de mi parroquia. Hace bien regalar.
Y hace bien saber que cada uno de nosotros puede ser regalo para otro por el mero hecho de compartir una sonrisa o secar una lágrima. Estamos hechos para ver abrir los regalos.
Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife
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