Estoy viendo en la tele la fachada del Gijón. En 1967 estaba la calle levantada y no pasaban coches. La tierra amarillenta de Madrid olía a gas y sobre ella Carlitos Quiney jugaba con una pelota, a no dejarla caer, como si estuviera en la playa de Las Canteras, para ver si lo contrataba algún productor. Al final, como era guapo, hizo del Zorro en algunas películas que no tuvieron éxito y no pasaron de un cine de barrio, pero no el de Carmen Sevilla sino el de verdad. Entonces no había tele ni subvenciones y la cosa estaba difícil.
El Gijón tenía sus rangos y sus escalafones. Las mejores mesas eran las que daban a las ventanas y de ellas la que estaba al lado del cerillero. Al paso de los años fue la de Cervino, Alvarito de Luna y Manolo Aleixandre. Sólo queda Cervino que casi no sale y con el que hablo por teléfono cuando se tercia. Hace años publicaron un libro llamado El oro del Gijon y en él nos recordaba Juby Bustamante. En aquella época nos veíamos casi a diario con Cuco Cerecedo que hoy da nombre al premio de periodismo más famoso de España. Los últimos galardonados han sido Carlos Alsina y Ramón Vallés. El presidente del jurado es Miguel Ángel Aguilar. Éramos muchos los amigos de aquellos tiempos. Soñábamos con cosas mejores y diez años más tarde hicimos una transición que asombró al mundo.
Han pasado casi doce lustros de aquello y somos mayores. Volaron el Diario Madrid y a alguien se le ocurrió lo de Cambio 16. Yo compraba L'Expres, en francés, y era de lo poco que se podía leer. A principios de los 60 teníamos a Henry Miller, a Keruac, a Pavese y a Lawrence Durrell. Alguien podrá decir que estábamos desnortados, pero los desnortados son los otros que ahora nos llaman fascistas a la primera de cambio si no estamos de acuerdo con ellos. Las cosas han cambiado mucho. Creo que convendría hacer una memoria histórica de esa época. Aprenderlamos cosas positivas. Por lo menos los que quedamos podríamos contarlo de primera mano sin que se nos meta por medio un experto o un asesor para tergiversar los hechos.
Hablaríamos de Umbral, de Paco Rabal, de Carlos Oroza, de Juanito Van Halen, de Luis Sánchez Polak, de Rodero, de Grandío, de Otero Besteiro, de Raúl del Pozo, de Natibel, de Charo López, las Merlo de Salamanca, del Pollero, de García Nieto, de Gloria Fuertes, de Fernán Gómez, de Sandra, de Manolito Vidal y de tantos a los se les venció el almanaque. Pero bien pensado, a dónde vamos a ir si ya no nos recuerda nadie. Qué ganaríamos con eso más que remover un archivo que no hemos tomado prestado de nadie. Veo el Paraninfo de Letras de la Complutense abarrotado para oirnos a Carlos Oroza y a mí. Recuerdo un recital en la escuela de Periodismo de mi amigo Joaquín Aguirre Bellver. Mis compañeros de charlas me dicen que tengo memoria. La memoria es algo que hay que saber administrar, por lo demás no es una cosa excepcional.