Antes de entrar en materia, debo reconocer que tenía este artículo en la gaveta dejándolo en un “veremos” permanente, por cuanto no estoy seguro de que se me vaya a entender bien lo que trataré de desarrollar en líneas siguientes. No soy una persona que tenga animadversión a ningún grupo por el color de su piel, ni por su religión y, ni mucho menos, por su tendencia sexual. Para nada. Muy al contrario, me muestro respetuoso con cualquier ser humano, por el simple hecho de serlo y, por lo tanto el andar analizando a la especie humana por su lugar de nacimiento o por sus formas de conducirse por la vida, no es algo que esté en mis cabales. Lo que en estas líneas expondré, será pura y exclusivamente, desde un punto de vista de ex profesional del mundo del turismo. Cualquier intento de manipular una palabra o frase de este escrito para convertirlo en un ataque a cualquier forma de vida que no sea la heterosexual, ya les digo que son ganas de molestar. Mi artículo nada tiene que ver con ello. Dicho lo cual y tras dejar muy atrás ya, la FITUR[1], añado.
En márketing, el posicionamiento de un producto es uno de los pilares, que a la postre, servirá para establecer las estrategias a implantar para desarrollarlo en el mercado. No es nada fácil conseguir acertar con el target a quien irá encaminado todo plan que se establezca para desarrollar la propuesta de ventas. Hace ya muchos años que Canarias, se colocó como lugar idóneo para el turismo de “sol y playa”. Tenemos de ambas cosas otorgadas por la naturaleza y lo único que se debería hacer es cuidar el entorno para seguir ocupando la posición líder que mantenemos. Bastaría incluso con tratar de no deteriorar ese gran regalo que nos llegó sin solicitarlo; pero esto, se torna cada vez más difícil. ¿Verdad, señores y señoras de la política?
El tipo de turistas al que iban dirigidos todos los esfuerzos promocionales, era aquel que sabía apreciar y disfrutar lo que no tenía en su País; y por otro lado, a ese turismo amante de la tranquilidad y del disfrute relajado sin sobresaltos. Me refiero a un turismo que venía con sus cochecitos de bebés, sus pañales, pero también con su bañador, sus cremas protectoras y sus ganas de conocer. Así hubo una época gloriosa donde las familias llenaban los hoteles, playas y restaurantes. Pero claro, el negocio turístico demandaba un reparto con otro tipo de empresariado que necesita marcha, música ruidosa y bullicio. En el resto de España -por ejemplo: determinadas zonas de Costa Brava-, se veía mucho de esto, y como da la casualidad que por las puntas de la pirámide empresarial se conocen todos -si no son los mismos-, pues “marchita” para canarias, que la gente aquí parece que está “aplatanada”. Así, ya tenemos los ingredientes en la despensa para preparar un buen potaje; llegando, poco a poco, a empujar al turismo familiar hacia otros puntos, para dejar hueco a ese otro turismo que se mueve por los impulsos del alcohol y dejan más dividendos.
Desde hace años, el planteamiento para posicionar a las islas Canarias en general y a Tenerife en particular, viene ofreciendo cambios a la hora de elaborar nuestras campañas publicitarias. Y la firma de contratos con los tour operadores se ha ido contagiando de ello. Es más, parece como si la sociedad local, nacional y mundial se haya ido acostumbrando a ver cómo, el hablar de turismo, tiene que ir ligado estrechamente al ruido, las borracheras y el bullicio en las calles sin contemplar horarios. Poco a poco los equipos “marketiniano-pensadores” -perdón por el palabro- dedican su tiempo a analizar la posible clientela que se podrá captar para ampliar el campo de acción hacia dónde dirigir las campañas promocionales. Y, de paso, preparar el terreno para seguir ampliando la oferta especulativa del suelo. ¿Me equivoco mucho?
Dentro de esas posibles cestas donde depositar los huevos de oro está, además de ese turismo de marabunta del que hablo, otro que también parece que deja mucho dinero y así zonas enteras, se han ido definiendo hasta llegar casi a ofrecerse como una especie de isla distinta dentro de otra isla. Me refiero al movimiento LGTBIQ+. Un grupo poderoso donde los haya, que poco a poco ha ido consiguiendo, que hasta un carnaval floreciente como pudiera ser el que se celebra en la isla hermana, haya visto como la elección de la “Drag-Queen” le va ganado protagonismo, a la de su elección de reina. Y, poco a poco, ese tiempo de espectáculo -muy bueno, pero algo repetitivo, cuando ves más de dos- se haya ido colando en otros carnavales venidos a menos como lo son el del Puerto de la Cruz, -casi en extinción- o el de Los Cristianos; ambos en Tenerife. Pero la cosa no queda solo en un acto carnavalero. Según han ido pasando los años, este grupo de presión, ha ido convenciendo a promotores y empresarios que apostar por un tipo de turismo “gay-friendly”, les puede reportar muchísimos más ingresos que lo de un turismo familiar. Eso parece que es una realidad. Al menos es una realidad puntual; pues sus defensores no llegan a ver que, si bien es verdad que ese tipo de turismo tiene fuerza y deja muy buen resultado en caja, también lo es que es un tipo de turismo con un alto poder adquisitivo y eso le permitirá no estancarse en ningún sitio. No parece moverse en la quietud y el asentamiento. Más bien, se muestra como un turismo que cambia de zona, desde el mismo momento que sienta que el lugar elegido hoy, está “quemado” para un mañana. O, que en otro punto del planeta, le ofrecen mucho más que en el lugar donde esté asentado en un momento determinado. En contraposición el turismo familiar, es mucho más estable. Dale seguridad y buen alojamiento y, mientras dure la familia, seguirá eligiendo el mismo sitio. Y, en muchos años después, volverá como miembro de la tercera edad. Clientela que consume tanto como la juventud, pero con algo más de tino y tranquilidad.
Es verdad que el turismo familiar, de edades avanzadas e incluso de la tercera edad, no necesitará tanto establecimiento, ni tantísimas terrazas con grandes columnas de sonido escupiendo cada cual su propia música -cuanto más estruendosa mejor-. Lo que seguramente sí que necesitará es que los establecimientos que existan sean de calidad, que todo esté limpio y que la seguridad y el orden esté a un nivel que para nada tiene que ver con lo que se observa en nuestras zonas turísticas canarias. ¿Se puede reconducir? Difícil es, pero nada es imposible. Con ello no deseo que se me entienda como que deseando un tipo de turismo, se pueda colegir que descarto al presencia de cualquier otro. Ni mucho menos. De lo que hablo es que ese otro tipo de turismo alternativo que ya ha conquistado zonas como Playa del Inglés, Maspalomas y esté entrando con algo menos de fuerza en el Puerto de La Cruz, no se convierta en un objetivo institucional. El mundo gay, debe sentirse igual de seguro que en su propia casa. ¿Podríamos hablar de una zona, “gay-friendly”, sin convertirla en un lugar exclusivo para ese tipo de turistas? Yo me muestro absolutamente convencido de que eso es posible. Es más, estoy seguro de que no todo el mundo gay, celebra que se les concentre en un gueto, aunque sea con marcha. El reclamo de Canarias, debería hablar de Canarias sin guetos. ¡Solo Canarias!
[1] FITUR (Feria Internacional de Turismo… Feria de Turismo celebrada cada año en Madrid.