Isaac Newton formuló que a toda acción corresponde una reacción igual y opuesta. Las filosofías orientales lo dicen de otro modo: el karma. En política, la historia suele encargarse de hacer el ajuste.
En una época de desafección política y crisis de confianza ciudadana, vale la pena mirar más allá de los titulares para reflexionar sobre una verdad profunda: nuestros actos tienen consecuencias.
Lo decía Newton en su tercera ley: toda acción genera una reacción de igual magnitud y dirección contraria. Lo enseña también el karma en las tradiciones orientales, con siglos de antigüedad: todo lo que haces vuelve a ti.
Dos mundos, uno científico y otro espiritual, que coinciden en una idea simple pero poderosa. Isaac Newton, figura clave de la Revolución Científica del siglo XVII, mantenía una relación compleja con la religión cristiana, que —según explicó el historiador Robert Iliffe— prefería guardar en secreto. ¿Y si, en su afán por comprender el universo, hubiera explorado también ideas de otras religiones, como la hindú?
La Ley del Karma, presente desde siglos antes de nuestra era, afirma que cada acción —ya sea mental, verbal o física— produce una consecuencia inevitable.
En palabras actuales: nadie escapa de las consecuencias de sus actos. Incluso en la Biblia, en Gálatas 6:7, se advierte: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Diferentes tradiciones, misma intuición.
Esta visión de causa y efecto se vuelve especialmente reveladora cuando se aplica a la política española.
Gobiernos de siempre que prometen lo que luego no cumplen, partidos envueltos en escándalos, líderes desconectados de la realidad social. ¿Qué recibe todo eso del electorado? Reacción. A veces castigo en las urnas. A veces desmovilización. Siempre, consecuencia.
No hay gobierno que no coseche lo que ha sembrado. Como dice el refranero: “Quien siembra vientos, recoge tempestades”. Las elecciones no las ganan los nuevos, las pierden los que estaban. Los votantes no olvidan tan fácilmente como se cree. A veces la reacción tarda, pero llega. Como el karma. Como Newton.
La política actual no puede seguir comportándose como si estuviera exenta de las leyes del universo o de la ética más elemental. Los hechos tienen retorno. La historia, si algo enseña, es que las cuentas siempre se ajustan.
Quizá sea hora de que nuestros dirigentes —y nosotros como ciudadanos— recordemos que no hay acción sin reacción. Que todo lo que hacemos, decidimos o permitimos... vuelve.