www.canariasdiario.com

Coronación a vuelapluma

Por Julio Fajardo Sánchez
domingo 07 de mayo de 2023, 09:00h

La carroza avanza por el asfalto mojado. Está lloviendo en Londres, como queriendo contradecir al calentamiento global. En el interior van Carlos con una capa de armiño, y Camila, que saldrá arrastrando un gran manto, casi tan grande como el de una virgen de Sevilla. Están mayores y no caminan bien. Hay muchos caballos en las calles, y, sobre ellos, músicos con trompetas y timbales. Lo de los timbales es muy aparatoso. Todo está preparado como en un cuadro de policromía calculada. Los flecos azules de las caballerías, los uniformes rojos y dorados de los jinetes, el cesped verde que está junto a la avenida. Los ingleses lo saben cortar, y lo riegan para desespero de los ecologistas.

La gente se agolpa al verlo pasar mientras los comentaristas de TVE hablan del grupo Republic, que está confinado en alguna parte para que no se le vea. Esta es también su fiesta. Una fiesta minoritaria para una organización que no tiene más de ochenta mil militantes en todo el país. Sin embargo, están ahí, como el recordatorio de un rechazo que no acierta a hacerse notar, a pesar de que la prensa se empeñe en que esa también es parte de la noticia.

Todo está cerca: el Palacio, la Abadía y el Parlamento. La tradición se renueva, por eso la carroza está recién fabricada, con aire acondicionado y calefacción, como queriendo decir que nada ha caducado, que forma parte de nuestro tiempo. Este rey ha esperado demasiado. Detrás marchan los príncipes de Gales, apremiando el relevo.

El Reino Unido está más unido que nunca, a pesar del desencanto del Brexit. Esto significa que la monarquía es un símbolo que unifica a los pueblos. Aquí lo hace también con la Commonwealth. Los españoles que ven la tele han podido fijarse en lo guapos que están nuestros reyes: él con el uniforme de capitán general y el Toisón, y ella con una pamela y los pendientes de Victoria Eugenia.

Carlos es el jefe de la Iglesia de Inglaterra y esta ceremonia se convierte en un acto religioso en el que sobran las reseñas de la moda y la competencia en la vestimenta de las reinas y las princesas. Está muy lejos de ser un cuento de hadas, y yo creo que ahí está uno de los secretos para que dure. Ya tendremos tiempo después de verlo en el Hola o en las cadenas de la televisión con forma de corazón.

Los republicanos están incómodos pensando en que todo se pega. Son muchos años de coronas. Por eso le pondrán la de Eduardo el confesor, que además de rey fue santo. Para muchos, todos van vestidos de whisky Johnny Walker o de ginebra Beefeater, que era con la que le hacían los gin tonics a la reina madre. Yo tenía once años cuando coronaron a Isabel. Vi la película maravillosa y me pareció un mundo inalcanzable. A lo más que había llegado era a un te deum en la catedral de La Laguna. Ahora no estoy para nostalgias. Quiero decir que me da igual. No sé cómo quedaré mejor, si diciendo que me gusta o que no. Prefiero quedarme indiferente y que sean otros los que opinen.

Me gustaba Carlos en su papel de eterno sucesor. Eran los tiempos en que defendía a la arquitectura londinense y criticaba el pseudo racionalismo que inundaba la City en los años sesenta. Ahora es un señor de pelo blanco que tiene peor aspecto que yo mismo, que soy mayor que él. Tanto caballo en las calles y todavía no se escucha la protesta de los animalistas.

Hoy el mundo se calla, se olvida de Putin y de los chinos, y las miradas se dirigen a unos ancianos que van a ser coronados, intentando hacer glamurosas a sus caderas renqueantes. Es la escena del antirromanticismo, pero a mí me emociona. Quizá porque estoy harto del falso fashion de doña Rogelia.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios