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Los experimentos, solo con gaseosa

Por Agustín Buades
domingo 23 de octubre de 2022, 06:00h

No tengo ningún reparo en acusar a la 'ley trans' de ser una locura y de demostrar que la expansión exponencial de la disforia de género de inicio rápido (que es la que sufren la mayoría de los adolescentes) no es fruto de la liberación de un tabú, como sostienen algunos políticos, sino un claro ejemplo de contagio social.

Un contagio social multiplicado por la acción de las redes sociales y el constante activismo de los colectivos LGTBI, que impele a los jóvenes a tomar decisiones drásticas en su propio cuerpo. Unas decisiones muchas veces irreversibles.

Simplemente, no quiero que la ideología malogre la felicidad ni la salud de los menores. Y pido a los políticos responsabilidad para no hacer experimentos con los niños. Y a los psicólogos, que sean serios en sus diagnósticos. Y a los educadores, que no encasillen a una niña que le guste el fútbol o a un niño que baile ballet, que para algo estamos en la segunda década del siglo XXI. Y a los medios de comunicación les pido rigor,para informar sin relatos precocinados ni eslóganes ideológicos.

Y a los unos y a los otros, y a la sociedad en general, les pido dos cosas: en primer lugar, que escuchen a los padres y madres de los niños trans, que cuenten con ellos a la hora de elaborar las leyes que van a afectarles. Y, en segundo lugar, pido prudencia. Que las prisas no son buenas. Ni para legislar y, mucho menos, para hormonar o mutilar. Los experimentos, sólo con gaseosa.

Son dos peticiones sensatas. Dos peticiones al margen de partidos e ideologías políticas. Dos peticiones que nacen del sentido común, de la experiencia y del cariño hacia los hijos. Se puede perder la batalla, pero no estamos dispuestos a perder la guerra.

El hartazgo ante los dogmas del 'género fluido' se está haciendo notar no solo mediante el silencioso declive de las cifras de personas no conformes con su género, sino también con los que en el pasado se sometieron a la 'transición' al sexo opuesto y, hoy, intentan revertirla, y contribuyen a que se visibilicen los graves problemas que comporta la “reasignación”.

Personalmente, creo que el testimonio de los que quieren revertir su transición al sexo opuesto y, sobre todo, las demandas judiciales que tengan éxito, podrían hacer que cambien las cosas en los hospitales y en el sector médico frente a los activistas que afirman que cualquier cuestionamiento de lo que alguien quiere ser es transfobia.

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