A mí, que no ejerzo como abogado, todavía me preguntan de qué me sirvió licenciarme en Derecho si hace años que me gano la vida trabajando en asuntos relacionados con la comunicación. Cuando trato de explicarlo a veces noto cierto desconcierto en mi interlocutor porque la respuesta suena abstracta. Conocer el funcionamiento de las leyes ayuda a entender la dinámica de las relaciones humanas -o más bien la manera de resolver sus conflictos- y también el sentido último de las instituciones que más han contribuido al progreso de la civilización occidental desde la muerte del Emperador Justiniano en el siglo VI. Ya ha llovido, aunque hoy algunas crean que con ellas empieza todo.
Las más ignorantes han decidido refutar por las bravas a Fukuyama y su “fin de la Historia”. La Historia comienza ahora, con ellas escribiendo en el BOE para tumbar constructos tan rancios y fascistas como el de la fe pública. Usted se compra un piso, pero no es suficiente que suba fotos a Instagram de las vistas desde su terraza para que el sistema jurídico pueda proteger su derecho de propiedad. Es necesario que acuda a un fedatario público para que certifique que determinados hechos son ciertos y auténticos -en este caso una compraventa- y por tanto se les atribuyan unas consecuencias, por ejemplo que otros no puedan invadir su casa.
A veces el hecho a registrar resulta incontrovertible, como un nacimiento. Pero también hay que certificarlo porque ese hecho genera consecuencias, que además van cambiando en función de la edad. Tenemos que saber cuándo un joven cumple 18 años, porque a partir de ese día puede hacer cosas que no se le permiten cuando es un bebé, como votar o conducir un coche. También podría ser a los 16 o a los 21, pero en cualquier caso tenemos que saber qué día nació la gente, conocer la fecha exacta para atribuirle derechos y obligaciones.
Gracias al progreso de la civilización, al feminismo y al sentido común, ser mujer hoy es fuente de derechos. La mayoría de esos derechos son compartidos con los hombres, pero no todos. Una mujer tiene derecho a competir deportivamente en igualdad de condiciones. Por eso no veremos nunca a Sergio Ramos marcando a Alexia Putellas, flamante Balón de Oro femenino por segunda año consecutivo. Sería una gran injusticia, a pesar de las lesiones y la baja forma de Ramos en las últimas temporadas.
La peor delincuente tiene derecho a cumplir su pena de privación de libertad en una cárcel solo para mujeres por su propia seguridad, y una señora a desnudarse en el vestuario de un gimnasio ajena a las miradas masculinas. Para ello un funcionario público del Registro Civil certifica el sexo de un bebé con un informe médico en la mano, un hecho biológico que solo suscita dudas científicas en uno de cada 400.000 nacimientos de seres humanos.
Algunos se siguen enfadando cuando decimos que Podemos es un partido antisistema. O nos llaman fachas, una palabra que de tanto masticarla ha quedado tan insípida como un chicle duro. Pero sólo desde un partido antisistema se puede defender la autodeterminación de género sin la intervención de especialistas en Medicina o en Derecho. Es un delirio que acarrea la voladura de la fe pública, uno de los pilares del ordenamiento jurídico en cualquier Estado de Derecho. Si tengo 52 años pero me siento como si tuviera 65, ¿quién es la Seguridad Social para negarme el cobro de una pensión?
Para que el sexo sea algo subjetivo hay que considerar al científico, al médico, al psiquiatra, al endocrino y al juez como herejes, tránsfobos o votantes de VOX. La Ley Trans es un sindios porque bajo el disfraz de la defensa de las minorías se esconde una concepción extremadamente autoritaria del ejercicio del poder, ignorando el criterio de profesionales que se enfrentan a diario a un problema tan serio y doloroso como la disforia de género.
Podemos ha pasado en poco tiempo del “asalto a los cielos” a pelear porque le sigan votando uno de cada diez ciudadanos que se acerquen a las urnas. Lo sorprendente es que esa extrema minoría esté hoy en condiciones de fracturar un partido sistémico como el PSOE. El sanchismo es a la socialdemocracia en España lo que el fracking al subsuelo terrestre. Las ansias de poder de su líder son un líquido inyectado a tanta presión que está reventando las costuras de un partido centenario a base de pactos vergonzantes, indultos, una memoria “democrática” selectiva que ofende a sus predecesores o la renuncia a defender la lengua común en la enseñanza pública, por ejemplo.
Ahora, este bodrio legislativo está a punto de expulsar al feminismo ilustrado de la filas socialistas por una cuestión que va más allá de ideologías políticas. Se estima que entre el 0,005 y el 0,014% de los varones al nacer, y entre el 0,002 y el 0,003% de las mujeres, cumplen con los criterios diagnósticos de disforia de género. Qué fácil resulta aprobar esta aberración jurídica para mantener la silla en un Consejo de Ministros cuando el problema no afecta a tus hijos.