En este día, Día de Canarias, que conmemora aquel 30 de mayo de 1983 en el que se celebró la primera sesión del Parlamento de Canarias, he buscado en el diccionario lo que significa la canariedad. Me informa que se trata del “Conjunto de elementos y factores característicos y diferenciales del pueblo canario y todo lo que en él acontece como expresión de su identidad”. Y la respuesta abrió aún más interrogantes: ¿Cuáles son los factores característicos y diferenciadores de la sociedad canaria? ¿Qué ocurre entre nosotros como expresión de nuestra identidad?
Es obvio que se nos distingue del resto de españoles por las peculiaridades de nuestro hablar, por las tradiciones y el entorno de la naturaleza volcánica de nuestras islas. Es normal que tengamos un sentimiento identitario peculiar que se subraya cuando tenemos la ocasión de salir fuera y hacernos cargo de la curiosidad que despierta en peninsulares eso de ser españoles de unas islas a más de mil quinientos kilómetros del resto del suelo patrio. Todo esto es normal. Pero hoy, en el corazón de la celebración del Día de Canarias, me gustaría subrayar otros aspectos no tan sobados de nuestra canariedad.
Somos mezcla. Una cultura amasada por gentes de diferentes lugares que han traído hasta aquí la riqueza de sus identidades. Un crisol precioso de pluralidades que nos sienta bien. Esa mezcla se manifiesta en la música folklórica, la danza, la artesanía, la gastronomía y las expresiones festivas y religiosas.
Somos migración. De llegada y de salida. Sabemos ser receptores y sabemos soportar las maguas por la distancia de quienes se fueron buscando bondades. El horizonte de nuestro archipiélago es el paradigma de apertura y posibilidades, no de límite estrecho y reducido. Entendemos bien lo que es salir y regresar.
Somos turismo. Somos semanas de ocio y descanso, de lunas de miel de media España y de calcetines bajo piernas enrojecidas por el sol desconocido en otras latitudes. Nos ha ayudado estar al servicio del descanso ajeno y convertir en industria y trabajo. El turismo ha ayudado –así como entorpecido, porque nada es perfecto- a abrirnos al mundo y a promover el intercambio cultural.
Estos aspectos, que ni son todos ni los más importantes –seguro-, juegan en nuestro favor a la hora de tener un espíritu tolerante. La tolerancia, o la aceptación del distinto y diferente, se ha instalado en nuestra identidad sin complicación. Nos hace reconocer como obvio el pluralismo social. El hecho de ser diversos como cuerdas de un arpa. Otra cosa será si ha creado en nosotros una mentalidad pluralista, un espíritu abierto y crítico lo suficientemente adecuado para seguir siendo nosotros mismos en medio de tanta variedad cultural.
Porque podemos tener actitudes tolerantes y no ser intelectualmente pluralistas. Entender la tolerancia como una mera indiferencia sin fundamento ni criterio. Esa tolerancia mezquina y estrecha, cómoda y perezosa no es un valor. Aceptar que otros piensan distinto no debe ir en contra de nuestro propio pensamiento. Ser tolerante no es no tener pensamiento. Y ahí puede que haya una sombra en nuestra canariedad.