“Esto es una especie de “cuentito”, mitad prosa, mitad poesía y termina no siendo nada, como siempre.”
Con esa conclusión, a modo de firma, un amigo que dedica esfuerzos a enredar sentimientos con versos doloridos, copiaba a un grupo en el que participo, el último de sus trabajos.
Las creaciones de mi amigo, desde hace tiempo, son pesimistas y demuestran lo mucho que le duele su gente, sus amigos, su tierra. Percibo su tristeza, lo noto apesadumbrado y los alientos que le mandamos no consiguen animarlo.
Escribe de madrugada, por eso yo, que también ondeo la bandera del insomnio, puedo leerlo a horas inusuales, y hoy, con tiempo y silencio por delante, conseguí transcribir su poema para luego analizarlo, como si supiera.
Pero antes de hacerlo, mandé una respuesta al foro: “Eduardo, he leído, lo he copiado, y al final terminó siendo, como siempre, algo sentido, sincero, doloroso.”
Como mi destreza no alcanzaba para más, aproveché para mandarle un abrazo solidario, a efectos de que notase que su “Hastío”, como había titulado al poema, me importaba.
Sí que me importaba: “Era un viejo, muy viejo, y sus arrugas / asemejaban a la tierra arada, / con surcos tan profundos como heridas, / que extrañaba no ver brotar la sangre, / tan hondos, tan hondos como carne / abierta a cuchilladas.”
Lo repasé, con la pretensión innecesaria de completar la morfología exacta del anciano: “Sus ojitos, hundidos como pozos / desde el fondo brillaban / cuál diamantes caídos en el hoyo / de incontables años, / que fueran, con su brillo de experiencia, / alumbrando el fondo de su alma, / tal vez, ya indiferente / hacia lo externo que en rededor pasaba / y mirando hacia el mundo misterioso / del yo espiritual, acostumbrando / sus ojos al camino de lo arcano / que cerca lo aguardaba.”
Estrofas desiguales, ya lo anunciaba a la hora de la entrega, mitad prosa, mitad poesía, sin subordinarse a rimas, metro, cadencias.
“Era tan viejo, tan viejo que tenía / una sonrisa extraña / como de burla a los afanes de los hombres, / como sutil sarcasmo / a la inútil fatuidad, a lo pomposo / que el humano gasta.”
La cualidad del protagonista requería ser jerarquizada, sin llegar a la redundancia: “Era tan viejo, tan viejo que sus manos / parecían ya alas / preparadas al vuelo de lo eterno / con transparencia de cera y de infinito / que se veía el esqueleto de ave / con sus dedos como plumas largas.
Y su cabeza como un copo níveo / hacía conjunto con su barba blanca / como queriendo asemejar a nubes
preparadas a surcar los aires / en el vuelo postrer donde ya todo / tiene un solo color que los iguala”
Promediando la creación, se definían los patrones literarios: “Y el viejo aquel, con su ropaje humilde / con su sonrisa extraña / indiferente al mundo de los hombres / que palpara a través de largos años / en viajes de experiencias y amarguras / lentamente marchaba / por el seco camino polvoriento / entre piedras y zarzas, / que llevaba a la cúspide serena / donde el cielo se toca con las manos, / donde habitan, cuál reyes absolutos / los cóndores y águilas
Si hay más vida en la tristeza, la lírica la encuentra: “Ya tocaba el lindero del desierto / y oyó que le llamaban. Era un pastor. El último que había / en la frontera con el mundo extraño / Preguntaba qué hacía en el desierto / diciendo que adelante no había nada.
El viejo se detuvo y respondió / con honda voz cansada: "La soledad yo busco y el silencio / para encontrar con ellos la alegría / que hace mucho he perdido con los hombres / que a los hermanos matan".
Me alejo de los seres egoístas, / que no tienen ni fe y no creen ya en nada, / ni en cariños ni amores, / ni en la amistad que a todos humaniza, / ni en los valores de su propio espíritu, / y tienen muerto el corazón y el alma."
Mientras transcribía lo que está arriba, a punto de convertirse en columna, repensaba en el aspecto del anciano, en sus pensamientos, en los propios de mi amigo, en lo que sucede en el país donde vive, en aquello que le duele o la incredulidad ante lo que ve.
El autor, mi corresponsal, se sabe privilegiado, pero, aun así, la mayoría de las cosas que lo motivan están subrayadas por la tristeza que le contagia la realidad.
Sin estar alumbrado por la linterna del optimismo, intenté encontrar esperanza en su propuesta, y quizás, la búsqueda de soledad y silencio del protagonista, pudiese ser una meta alcanzable, deseando que en el camino que le falta transitar encontrase algo más que sacrificio, dolor o pesadumbre, algo que se antoja difícil porque su capital sensible lo hacen permeable al padecimiento de sus semejantes.
La crítica de la composición hacia la sociedad, cuando son arrasados valores imprescindibles como la salud o la educación, es la crítica de muchas personas de bien, para quienes es difícil encontrar comprensión ante lo que sucede y parecen reclamar reflexión y compasión.
Por supuesto que no ignoro que un poema, su inspiración, la interpretación tras su lectura, es subjetiva y portentosa en significados, y lo que para uno es un color para otro puede ser un matiz, pero conozco a mi amigo, y estoy convencido de que mucho de lo que le pasa está mediatizado por lo que le pasa a su país, la República Argentina.
Me encantaría que su poética, que mira escrupulosamente el palpitar cotidiano, consiguiese alumbrar en el futuro un canto diferente, porque eso sería señal de que su Patria, la de muchos, recupera la esperanza.