La desesperación se convierte en impertinencia con la que debemos empatizar.
No conozco a la señora que me pidió el teléfono del Archivo Histórico Diocesano de Tenerife donde deseaba solicitar una partida de Bautismo de un antepasado. Después de aquel dato, en varias ocasiones me ha vuelto a llamar con tono displicente e impertinente porque no le cogen la llamada que reitera en variadas ocasiones. La desesperación -que supongo por el deseo de lograr la nacionalidad española por la vía de su abuelo- se convierte en impertinencia. Le pedí que revisara el teléfono al que llamaba y había equivocado los dos dígitos finales aun copiándolos del buscador de Internet. Y ahí tuve la tentación de subirme yo al caballo de la impertinencia y la recriminación y restregarle en la cara sus impertinentes comentarios anteriores. Pero no sucumbí. Me pudo pensar en la desesperación de la señora que se convierte, con no poca frecuencia, en impertinencia.
Y pensé en los conflictos y las guerras que afloran recientemente en los medios de comunicación. Una impertinencia telefónica, por una supuesta dejación de funciones en un Archivo, amplificada a nivel internacional, puede convertirse en un bombardeo donde siempre sufren inocentes. La paz y la convivencia pacífica se construye con empatía y reconociendo que la desesperación, en ocasiones, se convierte en impertinencia. “Las guerras actualmente se ganan con la economía”, me dijeron hace poco. Y, evidentemente, nada desespera más y genera más impertinencias internacionales como la pobreza en todas sus formas y maneras. Detrás de cualquier guerra suele haber un fondo económico y no poca desesperación por carencia grave o pobreza. No habrá mejor soldado que aquel que no tienen nada que perder y algo que ganar. Terrible certeza.
La empatía debe ser de ida y vuelta. En nuestra diócesis, todos los libros sacramentales anteriores a 1925 se han centralizado, entre otros motivos, para facilitar el servicio de búsqueda de antepasados de los que no se tienen datos exactos del lugar en el que nacieron y de la parroquia en la que fueron bautizados. Es un servicio que nace de la empatía con sus descendientes. Se supondría un poco de gratitud por este medio de facilitar las búsquedas desesperadas. Pero no se termina de lograr. A la vuelta suele estar la recriminación de la escasa atención telefónica, o la reclamación de excesos burocráticos por garantizar los medios para la protección de datos, e incluso la necesaria contribución económica para garantizar que alguien se dedique laboralmente a esta tarea. Lo que ocurre es lo que venimos indicando: la desesperación se convierte en impertinencia. Y saberlo y aceptarlo es la única manera para seguir prestando el servicio sin restregarle a nadie en su cara su inadecuada impertinencia.
¡Cuántas guerras se evitarían con un poco de empatía!
No se puede pretender que la persona que carece de lo necesario, que busca solución para un problema grave y desesperante, nos resulte cómo y educado. La pobreza en fea e indecorosa. Huele mal y habla mal. Muchas veces es, incluso, ingrata. Pero es así; y debemos saber situarnos en esos zapatos estrechos que aprietan los pies del que se nos aproxima con una aparente impertinencia.
Añadamos competencias a las competencias básicas para la vida social: “El manejo de la impertinencia”. O la capacidad empática de reconocer las consecuencias incómodas de la vulnerabilidad.