Puede que les resulte trasnochado, socialmente irrelevante, fruto de una obsoleta tradición que pone la confianza en que otros, desde fuera o desde arriba, resuelvan los conflictos que armamos desde abajo, como una poco ilustrada actitud que ya hoy nada tuviera de eficaz. Pero el Papa, haciendo oídos sordos a nuestras racionalidades pragmáticas, nos a convocado a un acto solemne de consagración al Corazón Inmaculado de María de los pueblos que luchan y sufren, en suelo europeo, un enfrentamiento oscuro e irracional. Rusia y Ucrania, porque este lío necesita una gramática cordial, serán colocados en el corazón humano más enormemente soñado por el Creador: el de su Madre.
Y lo haremos en día 25, cuando recordamos litúrgicamente que en su vientre de madre comenzó a crecer, como minúsculo embrión, como diminuto feto humano, como bebé por nacer, el bueno de Jesús, el Señor. Meter en ese corazón a los hombres y mujeres que luchas, unos por conquistar, otros por defender, un trozo de suelo bombardeado desde la distancia por el fruto de la ciencia y de la técnica supersónica y devastadora. Ahí vamos a colocarlos, espiritualmente, en un acto colectivo y universal de oración de intercesión.
Hay cabezas a las que no les cabe una boina. Tan grandes que lo sencillo resbala como la lluvia sobre las rocas de las montañas. El cuatro antropológico no solo es el resultado del dos más dos de los lógicos, sino que puede serlo del tres más uno, o del cinco menos uno. Nos mueve la voluntad, pero la libertad que decide puede ser movida por la rabia o la esperanza. Y el resultado de la paz nace de otra lógica mayor que supera muestras exactitudes matemáticas. Y de allá llega lo que hacia allá enviamos envuelto en esperanza y en razonable confianza.
Consagrar es hacer sagrado. Dedicar a Dios algo que le pertenece. Dárselo de alguna manera. Tatuar en el reverso original de la naturaleza humana el código de barras de su dignidad absoluta. Es gritar que debajo de los cascotes de la metralla hay seres humanos sagrados. Sagrados porque no tienen otro dueño, otro señor o patrón que aquel que está más allá de los siempre cortos años de su historia. Es gritar desde los cuatro puntos cardinales que la sangre de esas personas humanas fue lavada en la túnica sagrada del hijo de aquella mujer. Es gritar, aunque no se entienda, el discurso de la confianza.
Hay corazones que merecen ser tenidos en cuenta. Son como un bunker de indestructible protección. Hay corazones que son más grandes de las razones. Y entre todos esos corazones está el de ella. Que, por mamá y por digna, le caben los rotos y heridos de la historia. En ese corazón se fabrica la esperanza porque está soñado del tamaño de la salvación, y en él las víctimas son honradas como solo lo pueden ser en un corazón de madre.
No importa lo aparentemente trasnochado del acto. Más trasnochado es el relato de la mano de Caín sosteniendo la piedra en la que, con la sangre de su hermano, fue pintada la palabra guerra. De aquellos polvos mitológicos estos lodos históricos que nos sorprenden por el dolor que producen en exiliados y acogidos detrás de las fronteras de países ajenos.
Ay, Señor. Como dice don Pablo, “esto no lo arregla ni el médico chino”.