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El almanaque de mi amigo Oscar

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 15 de enero de 2023, 06:00h

El primer párrafo es, cuando se intenta expresar algo por escrito, el más complicado, sobre todo cuando el contenido de la redacción puede ser sometido al escrutinio público.

No sé que les sucederá a otras personas que se entretienen jugando o trabajando con palabras, pero en mi caso, por muchas vueltas que dé a lo que pretenda exponer, si no consigo un encabezamiento que me conforme, todo lo que sigue se convierte en esfuerzo vano.

Quizás, tal vez, por eso mi aportes, al estar hechos con letras mareadas de tanto perseguir imágenes que resuman o anuncien lo que encontrará el lector, no merezcan la pena.

En eso estaba, precisamente, una vez más, buscando algo bonito para empezar una composición que me rondaba las ganas.

Lo encontré, pero ofrecía dos problemas: el primero que tenía poco que ver con el intento a desarrollar, el segundo, más grave, que no era producto de mi inspiración, me llegó con voz clara y pausada como si fuese una oración.

Oscar, se dirigía de ese modo a un grupo de amigos entre los que me cuento, gestado en tiempos en que la vida parecía porvenir y a todos nos abrigaba la esperanza.

Éramos jóvenes y estudiábamos, lejos de la protección de nuestras familias, con gente por conocer, actividades nuevas, dudas, temores, éramos, en resumen, un grupo intentando aprender, y nuestra obligación consolidar una carrera universitaria, que permitiese justificar el empeño y esfuerzos de nuestros progenitores, que a veces eran demasiados, igual que la responsabilidad que se nos exigía.

Enfrentados a conflictos donde lo académico se aliaba con lo económico, para hacernos el día a día más difícil, nos reuníamos, compartíamos apuntes, decisiones, historias, sin saber, que lo que estábamos haciendo era mucho más que eso, nada más ni nada menos que activando -en la más completa de las ignorancias- una usina que no generaba nada que se viera, oyera o palpara, era una productiva fábrica de afectos.

Aquel afecto, que en ese momento no definimos de esa manera, a la postre demostró serlo, porque también sin saberlo -solemos ser torpes los humanos- supo conservarse a pesar de la distancia, del tiempo inexorable, las ausencias.

Casi 50 años después, una coincidencia y dos casualidades permitieron que algunos de aquellos estudiantes, ya profesionales, distribuidos en distintas partes de la Argentina y del mundo se encontraran, y así, en un santiamén, ya con la experiencia a punto de llamarse de otra manera, volvimos a tropezar para darnos cuenta que seguíamos siendo los mismos, que excepto lo que se ve nada había cambiado, que podíamos reír y sentir, recordar, compartir, cayendo en la cuenta que aquel afecto, que se gestó sin saberlo, regresó al mismo sitio, nunca se había marchado.

El último día del año pasado Oscar regaló al grupo un texto de añoranza, propio, sentido, interpretado con su propia voz.

Lo que escuché era el encabezamiento perfecto para el artículo que ya no escribiría, porque cuando me enteré del significado pedí autorización al autor para reproducirlo.

Me la dio, pero si no lo hubiese hecho me quedaba la alternativa del robo, en toda regla, sabiendo que la amistad perdona.

Escuchen, por favor:

"Viernes 30, ante último día del año, voy como tantas veces a llenar el alma de colores.

Con solo mirar al poniente en el crepúsculo asisto a una fiesta de sensaciones, extasiado admiro esa mezcla milagrosa de letanías, coplas y vidalas que cada día el horizonte me regala.

Rojos fuertes, rojos tenues, arreboles, amarillos que confunden nubes caprichosas y pájaros que multiplican la pintura con detalles inexplicables

Sin embargo el brillo habitual faltó a la cita, la magia inconfundible del ocaso estuvo ausente.

Perplejo, confundido, dejé correr el tiempo sin apuro ni ansiedad hasta que las hebras oscuras de la noche fueron ganando la diaria batalla al último rayo de luz y las estrellas comenzaron a poblar mi estricto y pequeño reino, mi patio.

Las conté, como siempre, solo las que habitan mi patio, pero faltó una, estuvo ausente, me pregunto adonde fue.

Cuando decido volver a mi morada vi aquel almanaque ya vencido con su última hojuela, la que miré de reojo y vi que faltaba un día de diciembre, el ante último estaba ausente.

¿Cuántos diciembres más tendrán ausente el ante último día?

¿En la próxima primavera faltaran a la cita las flores del lapacho, el perfume del aromo?. ¿Que extraño sortilegio llenó de ausencia mi existencia este 30 de diciembre?”

Tras la lectura nos comunicamos, supe de ese modo que se trataba de una dedicatoria alumbrada por la pérdida de una persona muy querida para él.

Cuando el año terminó al calendario de Oscar le faltaba una hoja, y la mala fortuna quiso que al año que empieza le falte otra, porque nos enteramos del fallecimiento de su padre.

Estando tan lejos no conseguiré contar las estrellas en el patio de mi amigo, es posible que no las encuentre a todas, sin embargo, deberían seguir allí, para siempre, exactamente como el afecto, que aunque no se ve, ni se nombra, se siente.

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