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Cuando, maldecir, pudiera está justificado

Por José Luis Azzollini García
lunes 21 de agosto de 2023, 12:54h

Siempre me educaron en el respeto a los demás. En mi etapa escolar cursada en los Escolapios, se nos decía que el verbo maldecir estaba estrechamente relacionado con el de pecar. Más de uno tuvo que escupir al demonio en la papelera, por mucho menos. Así llegue a mi edad adulta, usando ese recurso casi para mis adentros. He llegado a la conclusión de que, si sigo haciendo lo mismo en todas las circunstancias que se requiere este tipo de exabrupto, puede que me reviente alguna venita y eso no creo que sea saludable. Así que me van a permitir que me salte todo lo que he aprendido y exponga mis sentimientos tal y como creo que merecen salir de lo más hondo de mis entrañas, ante lo que viene sucediendo en Tenerife.

En estos días, una parte importante de la isla, arde. Aunque se va destapando la olla y parece que hay algo más que olores, aún no se puede afirmar a pie juntillas que se haya tratado de una acción criminal o de un accidente. De un efecto de la propia naturaleza, o de la imprudencia de algún torrontudo[1]. Pero, por el motivo que sea, nuestra isla de Tenerife, está perdiendo gran parte de su manto verde. Y se pierde en un número de hectáreas tan enorme que, al cierre de este artículo, ya superaban las once mil. No quiero ni pensar lo que estarán viviendo los canadienses ni lo que han sufrido los hawaianos, pero cuando miras a tus montañas y ves aquello, que antes era verde, envuelto entre el humo y ese rojo amarillento que solo la paleta del diablo sabe usar, se te rompe el corazón. En la pasada noche del viernes, cuando mi hijo regresaba de Santa Cruz, le afectó lo que vio en la cumbre de St. Úrsula. Pero al tomar la curva que da acceso al Valle de la Orotava y ver como su querida ciudad también mostraba el mismo color de desolación en sus laderas, no pudo reprimirse. ¡Quién podría reprimir que afloren las lágrimas ante esas imágenes!

Días previos, ya se enviaban alertas por el alto riesgo de incendios, dadas las temperaturas y la sequedad del ambiente. Los técnicos hablaban de que el monte estaba estresado por la falta de agua. Yo también lo estaría. La diferencia es que si nos pasa a cualquiera de nosotros, sabemos ir a buscarla o pedirla; pero, a los árboles, solo les queda esperar por la bondad de quienes cuidan de ellos. La masa arbórea, está seca y con una densidad de población, según leo, nada aconsejable. Si arde un pino, a los de al lado no les dará tiempo de poner sus barbas a remojar, porque ya les estará subiendo el fuego por su ramas.

A los canarios nos gusta, cuando recibimos visitas o cuando nos preguntan por los rincones a visitar, el hablarles del monte de la Esperanza; de Las Lagunetas; de la subida al Teide por una carretera y bajada por otra; de pararse en lo que llamamos “La Dorsal” y contemplar los valles de Güímar y de La Orotava desde ese magnífico mirador de la misma carretera que les llevará a lo alto de Tenerife al subir por la Esperanza. Les decimos que visiten el norte con calma, para pararse en el mirador de Humboldt y deleitarse con la inmensidad del Valle de la Orotava contemplando el pueblo de La Orotava, el de Los Realejos y el del Puerto de La Cruz. Ver esa conjunción del verde con el mar, es algo que impacta en los ojos como si de una “bofetada de la Naturaleza” se tratara -la expresión la hice mía; pero me la dijo hace muchos años el, ya fallecido y gran actor D. Pablo Sanz en una de sus muchas visitas a Tenerife-

En la noche del martes al miércoles se divisaba, sobre las montañas de Arafo, unos focos de fuego que hacían imaginar el desastre se nos venía encima. A las pocas horas, se confirmaba el fuego. Un fuego que estaba ubicado en zonas de difícil acceso por la orografía del terreno. Esto descartaba, a bote pronto, la posibilidad de un accidente por la tozudez de quien sabiendo que no es aconsejable quemar rastrojos, lo hace, aludiendo que se sabe lo que se hace, porque lo ha hecho toda la vida y nadie le va a decir cuándo debe hacerlo o dejar de hacerlo. Es más, por la noche, no suelen trabajar los agricultores -tampoco hay efectos lupa sobre los cristales de las botellas que la gente guarra deja en el campo- . Pero como se han dado casos de negligencia por esa costumbre de no obedecer en temas tan delicados como en la quema de rastrojos y de dejar el monte limpio tras visitarlo, aprovecho para, maldecir con toda la rabia que me aporta mi ser más maligno a quien, en algún momento, haya actuado con tanta soberbia que no haya tenido en cuenta las recomendaciones y las consecuencias que su actitud puede llegar a provocar.

Tampoco pienso que nadie le metiera fuego al papel higiénico usado tras hacer sus deposiciones campestres, como ya sucediera en La Palma. Se necesitaría tener mucho cuajo para ir a defecar a ese nivel inaccesible. Y ¡Qué narices! El monte no está para esos menesteres.

Para quien/es han de cuidar que nuestro monte luzca limpio, transitable y bello como en sus mejores momentos y por falta de conocimientos, por dejadez, por priorizar otros aspectos “más relevantes” o por la razón que estimen conveniente esgrimir, no lo ha hecho, o no han permitido que quienes entienden lo haga, les dejo no una maldición, sino tantas, como hectáreas se hayan quemado en este pavoroso incendio y en los que le han precedido. El monte ha de llevar un cuidado intensivo y meticuloso, el beneficio ecológico que nos aporta, además de su belleza, es de una importancia vital para nuestra/s isla/s. Tiempo han tenido, desde que los dineros se mueven desde Canarias, en generar ideas para que su protección se haga realidad en casos como los que suceden en estos momentos. El cierre de carreteras en momentos puntuales está muy bien; pero tiene que haber un sistema continuo de control de quién entra, sale y circula por la corona forestal. ¡Aunque solo sea por prevención!

Maldigo también y con toda la fuerza que me permita mi alma, a quien/es acostumbra/n a pasar por el monte -y zonas aledañas- arrojando lo que les sobra dentro del vehículo. El día que tenga/n que vender el automóvil para pagar la pedazo de multa que deseo les impongan, tal vez aprendan a tragarse el cigarrito y lo que no es el cigarrito de las narices. ¡Si, es verdad! Estoy hasta los mismísimos redobles de este tipo de “gentuza” incívica!

Al final, parece que la Guardia Civil ya se posiciona en que no se trate ni de un accidente, ni de un descuido, ni de dejadez, sino de la acción de alguien que de forma desaprensiva y criminal, le ha metido fuego al monte. ¡A nuestro monte! ¡Al monte de todos! Para este tipo de depredador, vaya el mayor de mis desprecios junto con la maldición del día en que nació. Solo me queda la pena de que el Código Penal no sea más duro con este perfil de desecho humano.

Afortunadamente, vemos y oímos, el trabajo profesional y tenaz de quienes están luchando contra ese peligroso enemigo que es el fuego. Fuego de copa, fuego rasero y fuego a diestra y siniestra, que se coaliga con el viento para dar cumplimiento a su destrucción. La gratitud para todos los equipos que luchan de forma coordinada para devolvernos la alegría. ¡Mil Gracias!

[1] Torrontudo.: En canario, dícese de la persona tozuda, cabezota y testarudo. “Lo hago, y lo hago”

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