España volvió a jugar al perrito y perdió, porque, como decía Diestéfano, el fútbol consiste en meterla entre los tres palos. También en que no te la metan, que es la forma, a la defensiva, de destrozar el espectáculo, si es que a ese deporte se le puede llamar así.
El fútbol es tremendamente humano; quiero decir que en torno a él se desatan pasiones e instintos, que es la manera, según Bertrand Russell, que tienen los hombres de mostrar su condición más elemental. En este sentido deja de ser un arte y se transforma en el paroxismo, que se produce cuando se obtiene la victoria o, en el sentido de la más estricta bipolaridad, en el drama deprimente del fracaso cuando se pierde.
A veces, la táctica estriba en demorar esta situación el mayor tiempo posible, manteniendo viva la esperanza en algo que nunca se va a producir. Es como la prolongación del tiempo de espera del condenado que sabe que al final le pondrán una soga al cuello o le cortarán la cabeza en la guillotina. Huyendo de la eyaculación precoz que supone meter un gol en el primer minuto, se va devengando el tiempo mientras crece la sospecha de la catástrofe, en eso que García Márquez llamó la crónica de la muerte anunciada.
Esa sensación de pesimismo invadía a la mayoría de españoles que ayer veían el partido contra Marruecos. Hace un tiempo en que vivimos presos de esas sensaciones desalentadoras. Sabemos que va a llegar el desastre y esperamos pacientemente a que se produzca pasándonos ingenuamente el balón y a jugárnoslo todo a los penaltis, poniendo los huevos en la misma cesta. El tiqui taca es un buen sistema para cogerte por sorpresa en medio del aburrimiento. Claro está que para ello debes de contar con que el otro no juega y que terminará contagiándose con ese no hacer que no conduce a nada. Ayer fue un día completo en cuanto a la estrategia del cansancio repetitivo.
Celebrábamos el aniversario de la Constitución. Un año más y sin Covid. Leguina se fue a un acto de Ayuso y lo echaron del partido, los independentistas no acudieran a los actos, con lo que demuestran qué leyes aceptan y cuales no. Aprovechando un corrillo con la prensa, el presidente dejó caer que, en el paquete de la eliminación de la sedición, que ahora se llamará desórdenes públicos agravados, se incluirá lo de la malversación, donde se hará realidad la teoría Griñán, que sostiene que solo habrá delito si te llevas el dinero a tu bolsillo.
En un acto de soberana demagogia se pone el ejemplo del alcalde que emplea los fondos europeos para pagar la nómina, que es el equivalente al de gastarse el dinero público en organizar un acto de sedición, o en desviarlo para financiar chiringuitos afines al partido. Por eso va ligado a la sedición, porque si la sedición deja de ser un delito, la malversación, por ende, y en el mismo sentido, deberá ser incluida en el paquete, porque los beneficiarios serán los mismos. En fin que seguimos en la política de los mil pases y sin goles, en el sistema de prueba y error, en ir metiendo el balón entre los palos poco a poco, ensayando previamente el nivel de protesta que van a provocar las acciones supuestamente desmesuradas.
Igual que Luis Enrique, jugando al teto: tú te pones en la puerta y yo no te la meto. Pero sí que te la meten, doblada y con vaselina; lo que pasa es que no te das cuenta, porque va por fases, lentamente, bajo el susurro embriagador del seductor que viene con buenas intenciones. No pasa nada. Marruecos jugó su partido y ganó porque acertó en los penaltis. Nos trató de tú a tú, y se llevó el juego en buena lid, con todo su derecho, y sería bueno respetarlo.
El mismo derecho que parecen tener los políticos catalanes condenados por el procés, que hoy ven el anuncio de la rebaja de sus penas, mientras en Madrid, expulsan al expresidente Leguina, una de las mejores aportaciones socialistas a la Comunidad, por asistir a un acto de la que llaman Ida y a la que las encuestas, hoy por hoy dan casi la mayoría absoluta. Madrid castillo famoso…