El pasado lunes, creo que la mayoría de los españoles, asistimos al único debate entre los dos candidatos de los partidos políticos mayoritarios que se presentan a las próximas elecciones nacionales. Estuvieron cara a cara; eso sí fue así, en un plató de televisión con decoración minimalista y con el Palacio de la Moncloa como imagen de fondo. Intervenciones cronometradas, con moderación paritaria, con bloques temáticos e intervenciones sorteadas. Doscientas personas trabajando para que todo saliera perfectamente, con extraordinarios profesionales asesorando a los candidatos a la Presidencia del Gobierno. Y ellos, cara a cara.
Cada uno dijo lo que quiso, lo dijeron como quisieron decirlo y se interrumpieron más de lo que hubiéramos deseado. Un diálogo marcado por la voluntad de afirmar, de decir, de transmitir. Pero las interrupciones denotaban una escasa capacidad de escucha. Para que exista el diálogo no solo debe haber palabras, deben estar encuadradas en un marco de escucha mutua. Me pareció un ring en el que dos pugilistas se esforzaban en ganar, en derribar al contrincante buscando la ocasión de introducir el puño por un descubierto oportuno a ver si se produce el "KO" del contrario.
El reproche, la mentira, el insulto, se hicieron presentes a lo largo de las intervenciones. Más palabras que silencios, poca escucha y mucha ironía. Puede ser que haya sido un éxito como espectáculo televisivo marcado por unos extraordinarios ingresos por publicidad. Pero como experiencia de diálogo mutuo, un verdadero fiasco. Estuvieron cara a cara, pero intelectualmente se daban la espalda. Y como consecuencia derivada, el gigantesco tropel de comentaristas que abrían su intervención con la opinión de quién había ganado el debate.
Las guerras, los combates, las confrontaciones, las pueden iniciar dos personas, pero los resultados de las batallas son siempre infinidad de sufrimientos y heridas. Podemos analizar quién pudo haber ganado, pero lo que nos debe preocupar es quiénes perdieron en aquella batalla. Si no escucho lo que quieres decir y no permito espacio para que la verdad salga a la luz, lo que se busca no es el bien general, sino la victoria particular.
No podemos retroceder a la época del héroe que nos representa y sale al campo de batalla a luchar en nombre de los nuestros; no podemos retroceder a la era del emperador del que todo depende y cuya voluntad nos representa; hemos avanzado un poco hacia niveles de civilización en los que la soberanía se califica como popular. Y no se puede pretender ejercer el gobierno solo a favor del pueblo, pero sin él. Y cuando no se escucha al otro que tengo frente a mí, ¿cómo garantizo que escucharé al pueblo para conocer sus necesidades reales?
Me dijo mi madre al final del debate: "Deberías escribir algo sobre esto". Le dije que no me gustaba, ni me siento cómodo, metiéndome en política. Pero como esto que digo no entra en argumentos políticos particulares, sino en el feo espectáculo que todos pudimos observar, le he hecho caso a mi madre.