Iván Redondo escribe su habitual columna “Situation room”, en La Vanguardia de los lunes. Hoy coincide con la diada y se titula: “No es amnistía por investidura”. Coincido plenamente con la necesidad de actitudes generosas de perdón y de olvido, y que los reencuentros son los actos más recomendables para recuperar la convivencia, incluso que esos actos se produzcan sin ningún tipo de acuerdo ni contraprestación, sino que surjan espontáneamente del sentir del pueblo. Estoy seguro de que si le preguntáramos a los catalanes y al resto de españoles dirían que lo mejor sería olvidarlo todo y retornar a la paz del entendimiento. Si no todos, una gran mayoría se manifestaría en este sentido. Pero lo cierto es que las cosas no suceden tal y como las relata Iván Redondo.
Sí es amnistía por investidura. Amnistía y todo lo que venga detrás, porque así lo ha planteado el independentismo, que, quiérase o no, es uno de los principales actores en este negocio. El Gobierno podrá decir que su amnistía no es un trueque, pero la otra parte no lo plantea de esa manera. No solo no lo hace, sino que exige que la hoja de ruta se cumpla en su totalidad, tal y como tenía previsto desde el principio del conflicto. Lo siento por Redondo, pero su afirmación de no vincular la amnistía con la investidura no tiene sentido tal y como se han desarrollado los hechos hasta hoy. Luego habla de los encajes propuestos tímidamente por Feijóo y dice que hay que tender puentes a esa derecha con la que el progresismo tiene oportunidades de entenderse. Tampoco creo que eso esté en sintonía con las estrategias del partido socialista, que anda más bien por las tesis del argentino Bilardo, cuando decía: ¡Pisalo, pisalo ¡Al enemigo ni agua!
No obstante, soy de los que piensan que las frases que sirven para arengar a los correligionarios se pueden cambiar y no significan nada. El presidente Sánchez ha optado en los últimos tiempos por la discreción y el silencio, así no tendrá que volver a rectificarse a sí mismo y engordar la hemeroteca, dejando que sean sus portavoces los que se quemen en la hoguera de especular con lo futurible. El argumento de bajar el suflé le ha servido hasta que Puigdemont se ha puesto chulo y los demás le han seguido la estela porque no les queda más remedio.
Hoy, en la diada, todos dirán que no se bajan de amnistía y autodeterminación, vaciando de contenido el acto generoso que dibuja Iván Redondo en su artículo. Es más, todos dirán que no habrá investidura sin eso. También es cierto que es lo que conviene chillar para seguir metiendo presión en la caldera, pero no lo es menos que se la están jugando con la otra baza que tiene el presidente; la de amenazar con la convocatoria de elecciones y la posibilidad de que gane la derecha, con lo que los haría responsables de esa debacle para un extraño progresismo donde caben tanto el PNV como Junts.
Qué más quisiera yo que las cosas no fueran así; que la amnistía pusiera fin a los desacuerdos, que no fuera la condición para la investidura, que España volviera al entendimiento que ofrecía el manto protector de la Constitución, pero esto va a ser difícil porque ese no parece ser el objetivo de los que están interesados en esta operación. El país está dividido por otras cuestiones más de fondo que el tema territorial. Por eso se habla de constitucionalistas y no constitucionalistas, y no sabemos exactamente en que bando se encuentra cada uno. Algunos lo tienen claro y otros no tanto. Yo solo puedo limitarme a sospecharlo, y lo que sospecho no me gusta nada.