La comunicación es un proceso digno de ser detenidamente contemplado. Podríamos distinguir entre la comunicación simple, instintiva, marcada por los olores, los sonidos, los colores y movimientos, a través de los cuales en la naturaleza viva ofrece datos que se pueden interpretar y estimular reacciones y secuencia de actuación. Es simple, pero fundamental. También nosotros usamos este leguaje cuando sonreímos, miramos, nos ruborizamos o nos tocamos el pelo. Nos comunicamos sin darnos cuenta de que lo hacemos.Es precisamente esta espontaneidad y falta de conciencia la que califica como simple esta comunicación primaria.
La vida inteligente nos da la ocasión de comprender nuestras sensaciones, de solventar dificultades con creatividad instrumental, de deducir consecuencias de las experiencias tenidas y de jugar con ideas y conceptos. Para comunicar este mundo interior ya no nos bastan colores de plumas o movimientos sencillos. La herramienta de comunicación de la inteligencia humana es el lenguaje. Contarle a otro lo que me contaron a mí es la esencia de la tradiión cultural que hace posible acumular saberes y edificar costumbres.
Hasta que el lenguaje no se hizo escritura, mientras la tradición oral marcaba exclusivamente la transmisión de saberes, experiencias o costumbres, estar junto a la fuente era imprescindible. Sentados junto a la hoguera escuchaban al abuelo que contaba, envueltas en historias, relatos y poemas, lo que otras hogueras y otros abuelos edificaron en su memoria. La letra escrita cambió la historia. Ya no era imprescindible ni la memoria del abuelo ni la presencia oyente alrededor de las llamas que simbolizamos como lugar de experiencia comunitaria.
La lectoescritura es la gran herramienta cultural. Ha disparado, en velocidad y amplitud la transmisión de la cultura, el desarrollo de saberes y la comprensión de las experiencias interiores de la humanidad. Es diferente el mundo cuando fueron posibles las bibliotecas. Lo que otros, muchos otros, sabían, se sumaba a lo que que otros muchos transmitían vinculando saberes multiformes y generando especializaciones. Porque no todos, más bien ninguno, podemos acceder ya a todo.
Si una biblioteca es un salto evolutivo en la sociedad y la cultura, ¿qué se puede decir del acceso ilimitado a todos libro posible e imaginado que habitan la red que nos interconecta y vincula digitalmente a todos. Es, sin duda, otro salto cultural. El último saldo real que, tal vez, no ha digerido del todo la humanidad y al que le resta la síntesis que produce el derredor de la hoguera. Espacios comunitarios, de conversación, de fiesta compartida y de interdisciplinariedades imprescindibles. La superación del individualismo que no permite que siga su camino evolutivo la comunicación.
Una convesación en un aeropuerto, un paseo haciendo síntesis de lecturas hechas y reflexiones habidas, posibilidades de búsquedas nuevas que iluminan las preguntas que nos surgen, y un sinfín de posibilidades que hilan la vida personal, profesional y espiritual en un mismo nudo fraterno.
Un café, dos personas y una biblioteca digital. Hacen falta estas hogueras.