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1260

Por Julio Fajardo Sánchez
domingo 04 de febrero de 2024, 12:01h

Dice el Apocalipsis que “se le dieron dos grandes alas de águila para que pudiera volar a su lugar en el desierto, lejos del dragón, donde tenían que darle de comer durante tres años y medio”. Contados de aquella manera, son los 1260 días bíblicos, anunciados por Pedro Sánchez, que va a durar la legislatura. Entraña un peligro entregarse a las predicciones apocalípticas porque suelen fallar hasta para los exegetas y solo sirven para mantener la fe en las masas fanatizadas por los misterios.

El texto de Juan habla de una estancia en el desierto, lejos del dragón y con provisiones para ese tiempo que no es ni largo ni corto, según se mire. Es el que es y el que toca y con él hay que conformarse. El desierto es el anuncio de la soledad, del tramo que hay que pasar sin contar con el apoyo del dragón, la prórroga de una muerte anunciada, el aviso de una vida exigua que acabará cuando ya no te quede nada para comer.

Pero esto, aunque lo parezca, no es así. San Jorge, que es el patrón fabuloso de Cataluña, mató al dragón. Otra posibilidad es que le eche la mano por encima del hombro y se haga amigo de él consiguiendo que las llamaradas que salen por su boca se dirijan contra sus enemigos. Esta puede ser una buena mezcla de los textos bíblicos con las leyendas fantásticas de la Edad Media. Estamos en tiempos de exégesis, de sondeos, de convocatorias con sorpresas inciertas, de premoniciones sin comprobación, y, como decía la santa de Ávila, no conviene hacer mudanza, o cuando menos no hacer apuestas sobre el futuro.

Los 1260 días que se avecinan son en precario, con la ración mínima y exigua para poderlos pasar. Sin embargo se nota un cierto triunfalismo en su presagio. A mí me recuerda al ingreso en prisión de los mártires, levantando las manos con los dedos abiertos en signo de victoria. Contra esta resistencia es imposible luchar. Es la actitud de los viejos cristianos que se reunían a cantar cuando las fieras estaban a punto de devorarlos.

La otra cara del Gobierno está callada. No hace cuentas ni cábalas. Prefiere ir a ver a Francisco, otro representante de los símbolos apocalípticos, y hacerle carantoñas; o sobajear a la reina Leticia, igual que hacen los leones lamiendo a sus víctimas antes de comérselas. Esta España no cambia. Ahora nos vamos a Galicia como si fuera un esperpento de Valle Inclán. Los editoriales de la prensa amiga recomiendan que no se hable de lo que ocurre en el resto del país, en una especie de aislamiento donde los asuntos autonómicos, como la recogida de pellets en las playas, son los que hay que abordar en este proyecto de nación asimétrica. En Galicia solo hay que hablar de Galicia. El resto de España no interesa. Entonces el editorialista, o su inspirador, están reconociendo que existe una acción del Gobierno central que es contaminante en una región donde también la segunda fuerza, la gran esperanza de la izquierda, es nacionalista. Quiero decir que la amnistía, que se vende como la gran panacea para la normalización, puede considerarse perniciosa a la hora de influir en unos resultados electorales. No están acertados. Como decía Antonio Ozores, no lo explican bien. Ya saben, la amnistía por ahora no se nombra. A cambio se prometen 1260 días de travesía del desierto a pan y agua. ¿Quién ofrece algo mejor?

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