Al comenzar a escribir sobre este tema, me ha venido a la memoria, mi madre. Ella cuando deseaba ponerse en tono víctima -las madres usan de las artimañas más estudiadas para conseguir llamar la atención, y la mía, era una artista de la negociación activa-, siempre nos amenazaba a mi hermana y a mí, con irse a vivir a una residencia de ancianos. ¡Mi madre en una residencia de ancianos sin poder manejar los hilos! Obviamente mi hermana sabía que esa frase era para lo que era y me tranquilizaba ante la preocupación que reflejaba mi cara. – ¿Mamá, a una Residencia?... no se lo cree ni ella. Por mucho que mi madre nos aseguraba que incluso ya había contactado con alguna para ir reservando plaza, nada de nada. Mi madre, murió en la casa en la que vivió sus últimos años y en su propia cama. Mi madre marchó como ella siempre quiso. En el momento que lo consideró oportuno, atendió a la única llamada que ella contestaba sin dudarlo: la de su San Antonio Bendito y se fue con él.
Si mi madre hubiera visto como han ido cambiando el tema de las residencias en nuestro País, tal vez no gastara esfuerzos en amenazar con ir a una de ellas. El mundo de la ancianidad se ha ido ajustando a las idas y venidas de la vida con una velocidad digna de los mejores bólidos de fórmula uno. Pero repasemos algunas diferencias que resultan oportunas para poder cernir la “paja del trigo”; que de todo hay.
He tenido la oportunidad, por motivos laborales, de ver cómo se vivía en algunas residencias de las que llamamos públicas; y través de las noticias, también nos han llegado las incidencias de otras que por ser privadas pensaba que no debería ser posible que funcionaran tan a lo “ejército de Pancho Villa”.
No hace mucho tiempo, leí y escuché en la radio que un sacerdote con más creatividad que acierto, vendía parcelas del mismísimo “Cielo” para recaudar fondos para la creación primero y para el mantenimiento después, de lo que él mismo gustó en llamar Hotel de cinco estrellas para la gente mayor. Estoy seguro que su intención era la mejor del mundo, pues ni tenía cara de mala gente y quienes le trataron aseguran que no era solo su cara, sino su forma de conducirse por la vida lo que le hacía merecedor de la etiqueta de “hombre bueno”. Desafortunadamente, todo no dependería de él, pues la casa que fundó sigue funcionando en la actualidad. Está claro que su servicio dista algo de ser aquel hotel de tantas estrellas como el sacerdote promocionaba, pero ahí está. Tiene su equipo médico que controla la salud de los residentes y tienen un techo y un lecho donde esperar el momento en el que deban partir. Desconozco si la piscina tipo spa, sigue en servicio y espero y confío que las salas llenas de sillones con personas que se miran unas a otras sin verse o conocerse, hayan mejorado el aparente estado de “parking de ancianos” que recuerdo. Hace tiempo que no leo denuncias de sus trabajadores en la prensa y deseo pensar que sea porque ya todo lo que mencionaban -no era poca cosa, creo recordar-, se haya reconducido para el bienestar de los usuarios.
Recuerdo las mismas grandes salas en dos edificios vetustos; uno en la Villa de La Orotava y otro en el de La Laguna que daban acogida a un número importante de ancianos. Camas y más camas llenas de gente muy mayor, que no veían más luz que la que les entraba por las ventanas de dichos habitáculos. En ambos edificios, había patios canarios de aquellos que están rodeados de columnas que soportan pasillos en un piso superior. Esos espacios sin techo, permanecían vacíos o tal vez usados por muy pocos usuarios que tenían mayor movilidad. Seguramente resultaría difícil llevar las camas hasta allí, pero tampoco estoy seguro de que cuando visité ambos sitios -hace menos de treinta años- ya estuvieran inventados los medios para transportar a gente mayor para que recibieran el aire de forma “menos filtrado”. Afortunadamente estos dos establecimientos, ya no tienen el uso que tenían cuando tuve la ocasión de visitarlos. Hoy ya existen dos residencias de ancianos que creo son algo más modernos. Incluso he podido ver como en la plaza exterior del Centro que hay en La Orotava, se suelen concentrar algún que otro grupito que dirigidos por sus cuidadoras, hacen ejercicios con música. ¡Bravo por esas iniciativas! De todas formas preocupa -me preocupa- que, según leo, haya tenido que reforzarse el servicio de inspección de residencias. Está claro que falta mucho por mejorar.
En muchos municipios de nuestro País, existe un número importante de centros que dan este servicio con cargo a las arcas del Estado. Y, llegados a este punto, estoy absolutamente convencido de que la gestión de dichos espacios se ha de llevar con el rigor necesario para dar un servicio adecuado de higiene, sanidad, nutrición y salubridad, sin que por ello se deba entender que dicho servicio pueda llegar a constituir la quiebra del Estado. Nuestros mayores ahora son eso: ¡Gente mayor! Pero no debemos olvidar que, en su momento, han sido quienes nos han dado la vida, quienes han sabido hacer sacrificios personales para que a nosotros, sus descendientes, no nos faltara de nada y quienes, por encima de su propio bienestar, colocaban siempre el nuestro. ¿Es justo que ahora, cuando llegan a una edad en la que les toca disfrutar de su vejez, lo tengan que hacer castigados en una cama, por mucho colchón anti escaras que se disponga? Creo que no. Una buena gestión, no tiene que conducir a restricciones en el bienestar de los usuarios. Antes que eso, debería dimitir quien tuviera la responsabilidad sobre el funcionamiento de las Residencias de Ancianos. Está claro que no podrán comer caviar, ni langostinos; pero, la realidad, es que tampoco demandarán esas exquisiteces. Todo lo más, una frase cariñosa y, sobre todo, respetuosa hacia ellos. Lo de abuelo o abuela, puede que se diga con todo el amor del mundo, pero tal vez no sea siempre bien entendido y aceptado. Sugiero que antes de usar ese apelativo de forma indiscriminada, se aseguraran de que sea bien recibido. Siempre que voy a un bar y se dirigen a mí con lo de ¿qué les pongo, “chicos”?, me quedo en la duda de si sabrán mi edad o si me conocían de antes. Yo soy más de un ¿qué le pongo, caballero? ¿Qué le preparo, señora? Las formas, ayudan a analizar el nivel asistencia, de servicio y de calidad. Al menos, lo eran.
En esto de las residencias de ancianos, deseo desde estas líneas, rendir un homenaje a una que está ubicada en la isla de La Palma, junto al antiguo hospital general. Fue otro de los sitios que tuve en suerte visitar por motivos de trabajo y les puedo decir, que aunque me gustaría morir en mi casa y, en mi cama, si tuviera que hacerlo lejos de ese deseo, elegiría, con pocas dudas, este rincón de nuestras islas. Siempre que pasé a desempeñar mi trabajo con los profesionales sanitarios del Centro, me entretenía media hora más de lo normal, hablando con algunos ancianos que vivían allí. ¡Me quedaba embobado oyendo sus historias! Lo que vi, fue gente feliz. Los mayores se quejan mucho y, sin embargo allí, nunca escuché una queja. ¿Será que sin darme cuenta, visitaba el cielo que “vendía” el Padre Antonio? Tal vez no lo fuera, pero sí que es un lugar gestionado por gente con sensibilidad y responsabilidad. ¡A mí me vale así!