Hace uno días llegó a mi móvil –alguien enfadadísima me lo remitió- una denuncia de la Asociación de Padres del Centro de Educación Especial Hermano Pedro, en Santa Cruz de Tenerife. Centro educativo, en el que se atiende a personas que tienen unas necesidades más allá de las que pudiera tener cualquiera de nuestros hijos a los que se acostumbra a llamar “normales”. El alumnado que asiste a este centro es, también, de lo más normal; solo que presenta algún tipo de discapacidad que hace que necesite un tratamiento curricular adaptado a sus circunstancias. Por lo demás, hablamos de un Colegio de carácter público que está sujeto a inspecciones y a mantenimiento a costa de las correspondientes partidas económicas del erario público. Si todo lo que expongo, se atiene a una realidad, ¿Qué narices pasa en El Hermano Pedro? Las imágenes que me han llegado, acompañando al vídeo que sirve de denuncia, nos dejan ver un deterioro que nos traslada a sitios devastados por las guerras o por desastres de la naturaleza. Grietas en paredes donde caben dos dedos, zonas llenas de puntales para que no caiga la techumbre, piscina vacía, llena de mugre y por lo tanto inutilizada, rampas que hacen peligrar a quien transite por ellas, y muchos más desperfectos, nos dan una imagen de una absoluta desidia por quien/es tiene/en que cuidar esa edificación. Quiero pensar que a quien le corresponde inspeccionar el lugar, habrá emitido sus correspondientes informes. Ya le digo que de nada han servido -dando por seguro un acta-. En dicho vídeo vemos también a alguien de la Consejería de Educación, dando a conocer que se invertirán unos ochocientos mil euros en su reparación. La pregunta que se me ocurre de forma inmediata es: ¿Cómo es posible que siga esa persona ocupando un puesto público que, claramente, no está capacitada para defenderlo? Tal vez sea verdad que su Consejería va a invertir ese dinero para sufragar el coste de la reparación. Pero lo que está clarísimo es que lo invertido en el mantenimiento del día a día, ha sido menos que cero. Cuando se tiene que apuntalar un techo, no creo que sea porque “de repente” se oyó un crujido. ¡Señora, eso tiene pinta de llevar tiempo así!
La situación que sufre el grupo de padres y madres que no les queda más remedio que llevar a sus descendientes a este lugar, me ha sugerido la pregunta que conforma el título de este escrito: ¿Quién controla lo público? Pero, además, añado ¿Quién lo controla de verdad? Sin duda, a las personas que forman parte de las Consejerías, Concejalías, Parlamento, Cabildos, Ayuntamientos, etcétera, los ponemos nosotros a través de los votos que les “prestamos” a sus correspondientes partidos -hasta que pueda ser el pueblo quien ejerza de filtro para conformar las listas-. Pero, una vez que cada “mochuelo ocupa su olivo”, ¿qué pasa con los cargos y carguitos que se adhieren a los puestos salidos de las urnas? Suele recaer ahí, las responsabilidades directas en el control de todo lo público. Y, si la directa no, al menos si será la más inmediata. Pero, vemos cosas como las que se muestran en esta denuncia y nadie abandona el puestito; nadie deja de cobrar su sueldo; nadie, en definitiva, dimite por no saber desempeñar su cargo. Claro, que si no sale de “motu proprio”, el “mandarse a mudar”[1], debería haber quién propusiera el cambio de titular. La cadena puede continuar hasta el vértice, pero también mantiene alguna responsabilidad quien/es conociendo las situaciones donde lo público no está siendo respetado, no actuara proponiendo la rectificación oportuna. En el caso que nos ocupa y en los ejemplos que citaré a continuación, “la patada” -metafóricamente hablando-en las posaderas debería llevársela tanto los responsables con posibilidad de gestión, como quien tiene que fiscalizar, supervisar, controlar y no lo hace. Al final, ha de ser la parte estrechamente relacionada con el alumnado quien tiene que correr con el protagonismo de la denuncia y en esta ocasión, hasta han esperado demasiado. Muchas veces no se actúa de inmediato por el miedo a represalias. Pero, ¿Qué tipo de miedo puede haber? ¿por qué esperar tanto? ¡Qué sensación de desidia deja, todo esto, en el aire! Y, seguro que no es el único caso.
Recientemente, en el Parque Viera y Clavijo, se vivió otra anécdota del desinterés por el control de lo público. De hecho, la edificación allí existente, necesitará, ahora, de una inversión importante para restaurar todo lo que el tiempo y la falta de control fueron consiguiendo. Quienes tenemos alguna vivienda en propiedad, sabemos que una parte de nuestro presupuesto, ha de ir destinada al mantenimiento de la casa. La pintura cada cierto tiempo, no podrá faltar, como tampoco hemos de olvidar chequear el cuadro eléctrico y hasta la manguera del gas. Todo ha de estar contemplado en un plan, anual de revisión; entre otras cosas, porque un retoque hoy y otro mañana, nos ayudará a no tener que acometer una gran obra si dejamos pasar el tiempo sobre la edificación.
Lo público, también es nuestro y como tal, deberíamos estar pendientes de su cuidado. Esta labor, la dejamos en manos de unos equipos humanos que optan, por sufragio, a ser quienes obtengan la delegación de esa obligatoriedad. Esa, al menos es la teoría. La realidad, la vemos en este Colegio Hermano Pedro. La sufrimos en las carreteras que se suelen asfaltar meses antes de cada periodo electoral. La observamos en muchas de las rotondas en la que vemos como crece la mala hierba, una vez que son entregadas por la empresa constructora. La captamos cuando observamos los derroches económicos que se suman para atender actuaciones “cuasi-culturales” que ni siquiera estaban previstas pero que se llevan a cabo en barrios donde la consecución del voto, se vuelve imprescindible.
El estadio Heliodoro, necesita de un cuidado y mantenimiento más que continuado. Aunque tal vez, lo suyo -según algunos- sea tirarlo abajo y construirlo en otro punto de la ciudad. Sobre todo, si se piensa en el valor inmobiliario que tendrá el solar donde se ubica esta instalación deportiva en la actualidad. ¡Donde haya una buena demolición, que se quite el mantenimiento! El pueblo de Tenerife, saldrá ganando, sin duda, pues donde antes cabían más de veinte mil personas, ahora podrán acomodarse una media de asistencia de diez mil en un lugar preparado para cuarenta mil. ¡La comodidad ante todo! Pero, lo dicho, esta instalación pertenece al Cabildo, es decir a todo el pueblo de Tenerife. ¿Quién se encarga de su cuidado para no llegar al deterioro absoluto?
Qué mal rollito da el ver un rincón de tu niñez dejado de la mano ¿A quién le corresponde tener listo para ser visitado el “Castillo de Paso Alto”? Fue durante mucho tiempo lugar de residencia de la batería de cañones que defendieron nuestra ciudad de los ataques de piratas y corsarios. ¿No es eso suficiente como para prestarle una atención mayor que la que se observa? ¡Por favor, que alguien controle a quien tiene que controlar lo controlable!
[1] “Mandarse a mudar”.- es una expresión canaria con la que se “despide” a alguien, o se le invita a que abandone el lugar, cargo, responsabilidad, etc. Se puede usar de forma imperativa, pero también en primera persona cuando se abandona de forma más o menos brusca el lugar.