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Partículas elementales

Por Julio Fajardo Sánchez
jueves 01 de junio de 2023, 11:40h

Vi la entrevista de Ana Pastor a Rodrigo Rato, recién salido de la cárcel por el caso Bankia. No me interesaron las preguntas ni las respuestas, ni las venganzas ni los odios, ni las tarjetas black ni las corrupciones ni los debates jurídicos. Solo me llamó la atención el que Oriol Junqueras diera clases de Historia en la prisión de Soto del Real y conferencias sobre Física cuántica. Tener una visión cuántica de las cosas dice mucho a favor de la claridad de ideas de una persona. Al menos yo prefiero entenderme con alguien que comprenda a Planck que con uno que se haya quedado solo en Karl Marx.

No sé, me parece que los cuantos son más universales y lo económico y social más de andar por casa, más local, más marcadamente visceral. Se puede ser independentista, republicano y comunista y ver al mundo y a lo que somos como el movimiento equilibrado de las partículas elementales, cada una en su órbita, cada una con su spin y con su posición gravitacional. Confieso que me ha empezado a gustar ese gigantón catalán, al que los suyos llaman Tarzán y que defiende sus posiciones con una voz más bien aterciopelada y mirada estrábica.

Después he visto a Pedro Sánchez comparecer con su ejecutiva. Iba con un traje azul eléctrico y con la mano en el pecho, como Joe Biden cuando saluda a la bandera de las barras y estrellas. No me recordó a Gonzalo Ruiz de Toledo, al que el Greco pintó sujetándose un botón de la casaca, sino a un comerciante de tejidos de La Laguna que se ponía la mano en el corazón cuando una cliente le preguntaba si la tela que le vendía iba a encoger. La estiraba con sus dos manos hasta producir un chasquido debido al apresto, intentando hacer con ello la prueba de la calidad de su mercancía. La mano en el pecho es confesión de verdad por parte de quien lo hace. Eso es precisamente lo que pretende hacer Pedro Sánchez: hacerse creíble en medio de un currículum donde imperan el engaño y la mentira.

Todas estas cosas las veo nada más encender el televisor y supongo que, como yo, lo hacen millones de españoles. A unos les parecerá Junqueras un visionario, bizqueando una ideología torcida, y Sánchez el paradigma de la verdad absoluta, pero a mí, qué quieren que les diga, me resulta justamente al revés. Quizá porque hace muchos años descubrí la visión cuántica del Universo, de la mano de Jacques Roueff, y recientemente me tropecé con las continuas contradicciones del otro personaje. También comprendo que es más complicado meterse en el alma de un electrón que enervar al pueblo para salvarlo de las amenazas de la extrema derecha y de la derecha extrema, que vienen a ser un palíndromo una de la otra.

España está esperando por nosotros. Eso he escuchado a algunos líderes a los que los ciudadanos han dado la espalda hace escasos días. ¿Esperando para que? Quizá la salvación se encuentre en una rubia teñida vestida de lagarterana o en alguien que se disfraza de un honrado conde de Toledo, el único lugar donde los críticos lograron salvar los trastos, precisamente por ser críticos. La tele enseña mucho. A pesar de las condenas y de los supuestos errores del procés, me quedo con el de la teoría cuántica. Me ofrece una versión más real y menos populista del mundo en que vivo. Al menos no me miente. Perdonen esta disquisición. Nada tiene que ver con la política, y si le encuentran algún símil es mera coincidencia.

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