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"¡Qué burro! Póngale cero"

Por Miquel Pascual Aguiló
viernes 03 de abril de 2020, 07:00h

Como decía Chavo del Ocho, personaje que interpretó Roberto Gómez Bolaños 'Chespirito', gran cómico de la televisión mexicana: “¡Qué burro! Póngale cero”.

Es poco más que un cínico gamberro y consentido. Para empezar, tiene que dejarse barba para parecer más hombre, pero en cuanto abre la boca, se caga encima y es tan petulante que piensa que todo el mundo padece amnesia o es idiota.

Pablo Casado es un cínico cachorro y carroñero, hijo político de Aznar; del Aznar que ordenó negociar con ETA, aunque ahora su pupilo Casado lo niegue, del Aznar que pactó con Pujol y Arzalluz, del que hablaba catalán en la intimidad. Casado es hijo del Aznar que mintió sobre el 11-M, del que fue uno de los que se inventaron lo de las armas de destrucción masiva y nos metió de hoz y coz en la guerra de Irak; del Aznar que tiene 12 de los 14 ministros que formaron su antepenúltimo Gobierno (en julio de 2002) imputados, encarcelados o implicados en asuntos judiciales llamémosles escabrosos; del Aznar que privatizó la mayoría de las empresas públicas que eran rentables a la hora en que se vendieron, y lo hizo muy por debajo de su precio real a sus amiguetes de colegio, como por ejemplo a Juan Villalonga: Telefónica, Iberia, Repsol, Tabacalera, Endesa, Retevisión, Aceralia, Red Eléctrica de España (REE), Aldeasa, Indra o la concesionaria de autopistas ENA.

Casado es hijo de Aznar, pero solo a medias, porque también es hijo de Rajoy, al que el gran gurú de la caverna mediática, Federico Jiménez Losantos, llamó (al parecer por una cuestión de celos) 'maricomplejines'; del Rajoy de los recortes por valor de más de 10.000 millones de euros en Sanidad y Educación; del Rajoy 'señor de los hilillos', que suprimió la universalidad de la prestación sanitaria; del Rajoy que puso en marcha el copago farmacéutico y ejecutó drásticas reducciones del gasto en medicamentos, que eliminó la financiación de cientos de productos farmacéuticos; del Rajoy de los ministros salpicados por corrupción, condenados y con mentiras en su currículum; del Rajoy que dejó morir a más de 4.000 afectados por la hepatitis C porque el medicamento era demasiado caro.

Del Rajoy que mintió descaradamente en sede parlamentaria cuando aseguró, refiriéndose al 'rescate' de 100.000 millones de euros al sistema financiero, que “los 100.000 millones de euros que España pide a Europa para sanear el sistema financiero son un crédito a la banca que va a pagar la propia banca y que, por tanto, no implicará condiciones macroeconómicas que afecten directamente a los ciudadanos”. Mintió, se cumplen siete años del rescate bancario, un préstamo que nos iba a salir gratis y que, al final, nos está costado más de 65.000 millones de euros a los sufridos contribuyentes, lo estamos pagando nosotros de nuestros impuestos y los bancos, de nuevo, se han ido de rositas.

Es hijo del Rajoy cuyo nombre pasará a la posteridad por ser el primer presidente que debe abandonar el Ejecutivo por una moción de censura, motivada por la sentencia del caso Gürtel; del Rajoy que recortó las pensiones y la prestación por desempleo cuando, mintiendo como un bellaco, había prometido en campaña electoral que “solo quedarán al margen del recorte del gasto público las pensiones y el desempleo”; del Rajoy, presidente del Partido Popular, primer partido en el Gobierno condenado por corrupción, al entender la Audiencia Nacional que el partido se enriqueció “en perjuicio de los intereses del Estado”, después de las condenas de Unió Democrática de Catalunya (UDC), por el 'caso Pallerols', y de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC), por el 'caso Palau'.

De casta le viene al galgo, miente con el mismo cinismo y descaro que sus predecesores, en plan agresivo, bravucón y matasiete, y es tan corto de entendederas que sus únicas propuestas de cara a solventar el grave problema del coronavirus han sido proponer en sede parlamentaria izar las banderas a media asta durante el estado de alarma, organizar funerales de Estado para las personas fallecidas por la pandemia cuando todo pase, y erigir un monumento en Madrid en homenaje a sus víctimas.

Lo dicho: “¡Qué burro! Póngale cero”.

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