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Reloj, no marques las horas...

Por Jaume Santacana
miércoles 26 de junio de 2019, 04:00h
¿Quieren que les relate una noticia minúscula pero ciertamente impactante? Yo les cuento: Los 350 habitantes de una pequeña isla situada en la parte más septentrional de Noruega, Sommmaroy, han decidido -reunidos en asamblea, al estilo de los podemitas españoles- declararse zona “libre de tiempo” y, como consecuencia primordial, los relojes dejarán de marcar sus rutinas. En aquellas áreas del círculo polar ártico se vive medio año con noche total (es decir, en la oscuridad más cerrada) y el otro medio medio con una luz que dilata las pupilas. Es de locos, ¡señores míos!

En realidad, en el día a día de esos nórdicos más nórdicos, viene a ser un auténtico coñazo tener que adaptar a su huso horario unas normas que no se rigen por la lógica universal sino por los puros caprichos que les ofrece su particular sistema luminotécnico. Así pues, han decidido romper con la imbecilidad que supone medir el tiempo con relojes convencionales (ya sean digitales o analógicos; que da igual, Pascual) y pasar de tonterías. A modo con que los guiris que visitan París cuelgan candados en los puentes que atraviesan el Sena (¡ joder con las tradiciones agilipolladas...!), los sommmaroyitas -por si así les denominan, que no lo saben ni ellos- han colgado sus relojes en los barrotes del único puente que les ata al continente. Graciosos, sí son...

Las principales fuentes de ingreso de los isleños “sin reloj” son la pesca y el turismo. Creen, ahora, después de su sonada decisión, que las visitas de los turistas aumentarán considerablemente para conocer, de primera mano, el día a día (o la noche a noche) cómo se vive en un lugar en el cual el tiempo no se mide para nada.

Las tiendas abrirán cuando les de la real gana (cuando les salga de las pelotas, según un lenguaje algo más castizo); con las escuelas va a pasar lo mismo: los maestros abrirán los colegios cuando les parezca y darán sus lecciones en el momento en el que más les apetezca. Total, los alumnos también aparecerán por las aulas cuando les pase por el seso...; el que quiera cortar el cesped a las cuatro de la madrugada (a pleno sol) lo podrá hacer y el empresario del ocio que decida abrir su discoteca a las doce del mediodía -a la hora del Ángelus, otro tanto. A simple vista, todo puede parecer un caos caótico de “no te menees” pero, viendo y entendiendo la seriedad con que los nórdicos se toman las cosas, estoy plenamente convencido que les saldrá la jugada de puta madre y que el orden más riguroso reinará en la isla norteña. Nadie sabe cómo, pero puedo garantizarles que la gente se “desorganizará” con suma disciplina y en cuatro días (como quien dice) se habrán solucionado todos los pequeños problemas que puedan surgir en estos primeros citados cuatro días. Lo que sí puede pasar es que los turistas que visiten la isla se desconcierten entre sol o luna y el zafarrancho general y se larguen con viento fresco para volver a Palma, Venecia o Praga donde los horarios se respetan a rajatabla, sobre todo para sus guiris respectivos.

Al margen de su trasfondo económico y de las posibles ventajas para la salud, la maniobra ha impulsado un debate filosófico sobre el significado organizador del factor tiempo en nuestra sociedad actual. El reloj empezó a gestar su dictadura cuando la revolución industrial en la que se necesitaba controlar la fuerza del trabajo para conseguir unos réditos constantes al margen de los cambios meteorológicos. El horario de la jornada laboral -y la aparición de los sindicatos fuertes- hizo el resto.

Lo único que me falta saber es si también se ha querido liberalizar la siesta... quizás no se ha tocado el tema: en los territorios polares, me temo que la siesta no es uno de sus principales quebraderos de cabeza.

Ya es la una del mediodía: me voy a echar una cabezadita...
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