El presidente en funciones, Pedro Sánchez, llegó al gobierno, hace menos de un año, con una escuálida representación. Logró aglutinar una mayoría parlamentaria, suficiente para desbancar a Rajoy, aliándose con todos los que tienen algún tema pendiente con España. Parecía un hábil movimiento táctico, transitorio, exclusivamente dirigido a hacerse con el poder.
La realidad ha mostrado que la inconsistencia del recurso era tal como aparentaba. Tan real que no consiguió el aval de la cámara para aprobar sus propias cuentas. De hecho, ha presidido el Gobierno de España con unos presupuestos de alto contenido social trabajados desde la responsabilidad, con maestría, con profesionalidad, con tesón, por Ciudadanos y por el Partido Popular, apoyados por nacionalistas vascos y regionalistas canarios, asturianos y navarros.
La percepción de que el movimiento de Sánchez era una mera oportunidad estratégica se ha esfumado. Muestra una sólida voluntad de seguir gobernado aún a costa de destruir el país que tanto ha luchado por presidir, sin límites, sin líneas rojas, con todos sus complejos. En realidad, no hay que perder de vista que presenta suficiente arrojo para mandar al precio que sea.
En pocos meses se ha desacelerado la economía, la confianza en nuestro sistema productivo se ha debilitado y el agujero de las cuentas de las pensiones va camino de hacerse irrecuperable.
Se ha empeñado en seguir mandando con los votos de todos aquellos a los que no les importa el hundimiento de España. De hecho, los amigos del PSOE no hacen sino profundizar en su enemistad con el país y avanzan en su estrategia para debilitarla.
El apoyo de independistas catalanes, vascos y podemitas es franco, permanente, consistente. Ya no se puede hablar de transitoriedad o incoherencia. Los apoyos son absolutos, previo pago. A cambio de una transferencia o una competencia y el intento de quedarse con un trozo de España entran en juego todos los días. Podemos, además, espera a golpe de ocurrencias y en plena crisis interna infiltrarse en el futuro consejo de ministros. Todas las máscaras se han ido diluyendo. Serán coincidencias. Pero la voluntad de Sánchez, con la parte del PSOE que le sustenta, superada la moción de censura, pasa por perpetuarse, a cambio de apoyos envenenados que a nadie engañan.
Por poner un ejemplo. El último decreto ley aprobado con los apoyos de siempre, intenta ampliar la protección a los parados. En su lógica, es estrictamente necesario. Felipe González dejó 3,5 millones de parados, el 20 % de la población activa y una Seguridad Social en quiebra. Rodríguez Zapatero dejó cinco millones de parados y una economía al borde del rescate de la Unión Europea.
Es previsible, si se le deja, que les va a superará. Es solo una cuestión de tiempo. Al paro se le vence en cualquier gobierno decente con la creación de puestos de trabajo. Los socialistas lo perpetúan con subvenciones al desempleo hasta que les echan. Es una constante en la historia de nuestra joven democracia.
La tasa de ahorro de las familias españolas se ha hundido por debajo del nivel que provocó la crisis de 2008. El nivel de renta no consumida ha caída al 5%, el nivel más bajo nunca registrado. El ahorro ya es la mitad de la media europea y solo por encima de la de Portugal. Las familias vuelven a apoyarse en el crédito para mantener el nivel de vida. La deuda española vuelve a crecer. El país avanza consumiendo sus propios recursos estructurales en el día a día. En analogía con la mítica película “Los hermanos Marx en el Oeste” se hace avanzar la locomotora del país alimentando la caldera con la leña de los vagones. España se está convirtiendo en una grotesca parodia del “más madera” de los hermanos Marx.
¿Quién habló de incoherencia? Craso error de percepción. La hoja de ruta de Sánchez es diáfana. Su combustible es la unidad de España y el estado del bienestar. Y así seguirá mientras haya una mayoría parlamentaria que lo haga posible.