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Adiós, don Pedro

Por Francisco Gilet
miércoles 01 de agosto de 2018, 03:00h

El Partido Popular siempre ha tenido una especial querencia hacia los gurús, hacia los lectores del votante, que, previos estudios sociológicos, socio-políticos y demoscópicos, han ido conformando la ideología, el programa político del partido. Es decir, primeramente han ido en búsqueda de lo deseado por el presunto votante, para, en un segundo paso, producir el ideario político según esos resultados, recogidos en encuestas, prospecciones y muestreos. A partir de todo ello, se ha ido a la caza del votante, seleccionado según todo ese cúmulo de información previa. Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de dejar caer «lluvia fina» encima del elector para que calase en él las prefabricadas bondades del PP. Sin embargo, no parece que el cúmulo de resultados finales haya sido la victoria sino más bien la pérdida de la conciencia de partido, así como su esencia ideológica. De tanto consejo a la búsqueda del centro, se ha pasado de frenada, aproximándose a la socialdemocracia, por aquello de no aparentar ser de derechas. Es decir, ha ido plantando cara a posicionamientos socialistas, progresistas e incluso comunistas, para dejarlos pervivir en su vigencia cuando alcanzó el poder. Y es que para don Pedro, la política no puede rozar ni la moral, ni la ética ni la religión. Arriola es un ateo en esas materias que ha inducido al agnosticismo político a toda una generación de mandos y cúpulas populares.

Naturalmente, tales facetas consultoras llevaban incorporadas prebendas especiales, como el asesoramiento a Telefónica en tiempos de Villalonga, o convertir en ministra a su esposa, la bachiller Villalobos. Sin embargo, ello es una nimiedad ante el solar en que el llamado «arriolismo» ha ido dejando al PP. Desertando de su mal ojo con los friquis de Podemos, su «laissez faire, laissez passer» con el proceso catalán, o su «quietos, el tiempo lo arregla todo» ante la corrupción, lo realmente impertinente se halla en la indefinición en que ha ido dirigiendo, desde bastidores, la política popular. Ante cualquier elemento de controversia su consejo ha sido siempre el «quite», el dejar pasar el problema, nunca dar opinión, y aguardar tiempos mejores. Las encuestas, los muestreos, han suplido la definición ideológica popular durante estos últimos catorce años. Con tal orientación, el Rasputín de Génova ha ido ocupando el territorio intelectual que pertenecía al líder elegido por los militantes, sin que de ello resultase consecuencia positiva alguna. Con el caso Bárcenas, portado en situación de perfil o con el «proces» catalán regentado a la blanda, don Pedro y sus consejos han llevado al PP a la inconsistencia ideológica y política más evidente. Don Pedro siempre ha preferido girar la esquina antes que cruzar al otro lado para coger el toro por los cuernos. Y girar la esquina es sinónimo de rehuir de todo cuanto asunto o cuestión viniese a significar una toma de decisión clara y diáfana. Ahí están el recurso contra el aborto de ZP, durmiendo el sueño de los injustos en el TC, o el relativo al «matrimonio» de homosexuales, o el divorcio exprés de ZP o la defensa del castellano en Cataluña o en el País Vasco. Y, muy posiblemente, la conformidad tácita de la política de ZP con ETA y sus víctimas no ande muy lejos del consejo de don Pedro.

Desde todo ello, la victoria de Casado, tampoco habrá contado con las expectativas de acierto de don Pedro. Andalucía cayó del otro lado a pesar de los esfuerzos de Arenas o Villalobos y su «ultra derecha» aplicado al partido que le ha dado de comer durante más de cuarenta años. A todo cerdo le llega su san Martín, y obviamente a don Pedro no le ha llegado el indulto. No será acusado de aconsejar, pero sí de haber logrado que una gran mayoría del electorado del PP haya desertado de sus filas, para aproximarse a Vox o al C,s, o, sencillamente, para quedarse en casa viendo como el partido que nació liberal, conservador, humanista y de raíces cristianas, se ha ido desvinculando de toda etiqueta. Arriola logró que el PP de Aznar, en menor tono, y de Rajoy, definitivamente, fuese un auténtico desconocido en el abanico del elector. Ni conquistó con su vaguedad ideológica votantes ajenos ni conservó la fidelidad de millones de los propios. Solo mantuvo, la lealtad ciega del votante que elige el mal menor. Pero, don Pedro, no quiso darse cuenta de que iba hacia la derrota, hacia su san Martin; incluso, no viendo aproximarse una moción de censura como final de Rajoy y principio de una política, ésta sí ultra, pero «ultra izquierda». A don Pedro le derrotó un Iván.

Y ahora, Casado tendrá que aceptar ese caudal enviciado por la nada, recuperar el terreno ideológicamente perdido, llenar el solar de nuevas ilusiones programáticas y lograr que el PP recobre su etiqueta primigenia, es decir, un partido liberal, conservador y de centro derecha. Y, puesto en faena, pedir explicaciones Grande Marlaska de por qué el golpear a un guardia civil en León puede costar meses de cárcel, y, en cambio, tirarle cal viva en Ceuta se recompense con vivienda, estipendio y sanidad gratis. Y a Borrell de por qué no hay pateras en Gibraltar.

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