En su artículo de ayer, Eduardo de la Fuente me “pisó” el tema. El tema y casi también en título, que ya tenía pensado por otra parte. Es justificable, Irene Montero nos ha hecho el pase de gol esta semana.
Soy mujer y feminista, entendiendo lo segundo como ello como quien defiende la igualdad de género. Aún así, nunca me sentí molesta en el colegio cuando la profe decía “niños a callar” ni tampoco me inquieta lo más mínimo que el colegio profesional al que pertenezco se llame “de abogados” y no “de abogados y abogadas”. No tengo ningún tipo de trauma por ello. Si alguna mujer me dice que soy una renegada o machista, me dará a entender que ella es una feminazi.
Hace demasiado tiempo que vivimos con el estrés de no querer ser considerados “machistas” por el uso de nuestro lenguaje. Es por ello que primero empezamos por duplicar todas las palabras para decirlas en ambos géneros (niños y niñas, presidentes y presidentas, conductores y conductoras...) y luego, ya cansaditos, empezamos a buscar palabras que expresaran colectividad (alumnado, profesorado, ciudadanía...). Hasta que uno se plantea hasta donde hemos llegado.
No sé ustedes, pero a mí me pitan los oídos cuando a algún cargo público (¿O deberíamos llamarla “carga pública”?) se dedica a feminizar palabras que, simplemente, no son masculinas. Primero fue Bibiana Aído con su mítico “miembros y miembras” y ahora la parlamentaria Irene Montero nos ha deleitado con sus “portavozas” que lo único que hace es demostrar que hizo pellas el día en que en clase se explicaba el género de las palabras. Si ese día Montero hubiera estado en clase ahora sabría que existen palabras masculinas, palabras femeninas y otras de uso ambivalente ya que, tal y como atestigua la Real Academia de la Lengua, se pueden usar con género masculino y femenino. Este es el caso de “portavoz” como podéis comprobar con una simple búsqueda en www.rae.es. Por la misma regla de tres, los hombres se podrían quejar y decir que ellos son portavozos, transportistos, periodistos o novelistos.
(Por cierto, miembros sí que es masculina, pero su procedencia no lo es, pues proviene del latín “membrum” y su significado es ‘pieza o parte, es decir, conceptos en absoluto masculinos).
Así es que, sus señorías -que no señoríos por cierto- más harían por la igualdad entre sexos si en vez de hacer comedia con tonterías, centrasen sus esfuerzos en garantizar un trato paritario efectivo, en perseguir las empresas que no respetan las obligaciones en cuanto a salarios, y en perseguir situaciones de clara discriminación de la mujer en el seno familiar.