Fue Guerra quién, por allá 1983, dijo aquello de que a España no la reconocería ni la “madre que la parió”. La verdad que de aquella afirmación, ha quedado poco, excepto el cafelito de su difunto hermano. Tuvo que llegar el bobo solemne Zapatero para que, con invectivas nefandas como la Memoria Histórica o la ley Aido — magníficamente remunerada, por cierto — diera un giro espectacular a este país desde el punto de vista ético, histórico y social. Nada es como era de cuando Aznar abandonó Moncloa para cederla a un cerebro lleno de encono y revanchismo. Y la senda de ese guerra civilismo jalonada de rencor histórico se sigue recorriendo.
Orwell en su famosa “1984” creó un Ministerio de la Verdad, Miniver, que no era responsable de su búsqueda, sino de la falsificación de los acontecimientos históricos. Un organismo encargado de administrar la verdad, en virtud de una “neolengua”, Se trataba, mediante neolengua y ministerio, de fabricar la “verdad” según el doble lenguaje impetrase, y siempre mostrando una versión de ella debidamente aprobada por el gobierno surgido de la mente orweliana. Pues bien, los socialistas nos anuncian una reforma de Ley de Memoria Histórica, que no pretende otra cosa que imponer la dictadura de esa “neolengua” enterrando la historia para acomodar los hechos a un deseo; exacerbar los encontrados sentimientos que fueron arrinconados cuando la transición del 78. El hispanista Stanley G. Payne definió la contienda del 36 como “una guerra de malos contra malos”, y dudo mucho de si, ganada la lucha por los republicanos, el régimen represivo franquista, malo, no hubiese sido suplantado por el régimen dictatorial y sanguinario de Stalin, malísimo. Los gritos de Largo Caballero proclamando “Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El plan del socialismo Español y del comunismo Ruso es el mismo” (El Socialista, 9 de febrero de 1936), no parecen vaticinar unas represalias distintas de las surgidas con la victoria franquista.
Alguien ha dicho que es la ley del odio, que no pretende seguir sentimientos humanitarios respetables, sino levantar, de nuevo, el muro de la división, del resentimiento dentro de un pueblo que no desea sino recoger el fruto de ese fracaso colectivo y colocarlo en el cesto de la paz y la concordia. Eso fue la Transición. Y lo hace en forma grosera, sesgada y maléfica. Todo cuanto denomina “memoria democrática” será objeto de tratamiento por parte de una “Comisión de la Verdad” cuyo objetivo no es sino abrir un paréntesis desde Julio del 36 a Diciembre del 78. Ese período de nuestra historia debe desaparecer, debe ser tratado con el neo lenguaje de la verdad moldeada y fabricada a conveniencia hasta el punto de convertir las conclusiones de esa Comisión en un dogma de fe democrática. Se acabó la discrepancia con el socialismo, se acabó el recuerdo de Paracuellos, se acabó la mención al Lenin español, se acabó referirse a la Checa de Fomento o de Alcalá .Y es que, según Sánchez y sus ayudantes, “la historia no puede construirse desde el olvido de los débiles y el silenciamiento de los vencidos”, según anuncia el preámbulo de la iniciativa parlamentaria.
Y más allá de esa Comisión, nos acercamos a la sanción sin ley, a la imposición de penas de cárcel sin juicio, a la extensión de los dogmas surgidos de esa “memoria democrática” a propagar por colegios y aulas universitarias mediante “la enseñanza de la historia democrática española y la lucha por los valores y libertades democráticas”. Sin olvidar el “incentivar” la elaboración de material didáctico sobre la Guerra Civil y la “represión franquista”, o sea, otra nueva ubre para los amantes de la Memoria histórica de ZP. Regresamos, sin darnos cuenta, al tiempo de la defensa de la república y del frente popular, bajo pena de sanción al más puro estilo de tribunal “chequista” y sumario. “Si la legalidad no nos sirve, si impide nuestro avance, daremos de lado la democracia burguesa e iremos a la conquista del Poder” gritaba Largo Caballero, y ahora, Sánchez y los suyos nos dicen que si no estamos con su “democracia histórica”, el yugo de una especie de Tribunal del Orden Democrático podrá imponer penas de hasta cuatro años de cárcel o quince de inhabilitación a quienes soslayen las conclusiones definitivas y vinculantes de ese nuevo Ministerio de la Verdad. Una imposición más, surgida de las mentes privilegiadas de un socialismo rancio y carca que no campea en el resto de Europa. En algunos satélites soviéticos siguen levantados los antiguos bustos y estatuas en loor de Lenin o de Stalín, en España, si el sentido común y la decencia histórica no lo remedian, mencionar que la paga extraordinaria de junio fue una invención del franquismo como la S. Social o que el nuevo cauce del Turia fue obra de ingenieros franquistas, llevará consigo pena sumaria por atentatorio a la “democracia histórica” del sucesor de un presidente de gobierno socialista quien llegó a presumir; “No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad”. Por ese camino, iniciado por el presidente circunflejo ZP, pronto nos harán gritar; «¡Yunques, sonad/enmudeced, campanas!», al tiempo que se entierra la certera afirmación de A. Huxley; “Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.