La crisis llevó a las autoridades económicas y administrativas a coger las riendas de la sanidad. Los permanentes desvíos del gasto sanitario no permitían una convivencia pacífica con las autoridades económicas. De hecho, una economía hecha unos zorros, un paro galopante y una hacienda pública deficitaria eran incompatibles con el gasto consolidado. Ninguna comunidad mantuvo sus competencias sanitarias íntegras en la administracion del ramo.
Hacienda y Función Pública aumentaron su protagonismo. Los presupuestos se congelaron y las plantillas no rendían ni con los índices de reposición.
El objetivo de limitar el gasto, se cumplió. Se suavizó el incremento del déficit. Posteriormente, con el aumento de la presión fiscal y las reformas laborales, a un coste social muy importante, se ha ido encauzando la situación económica.
Por el camino se han dejado algunas prendas. La realidad actual muestra como los servicios de salud y los centros sanitarios se han quedado sin herramientas para mejorar su gestión. El burocratizado procedimiento de contratación de recursos humanos choca con una organización exigente y cambiante. Los sistemas de contratación se han alambicado. En este proceso también ha deteriorado la clase directiva. Ha hecho de la supervivencia su objetivo principal, en realidad, su único objetivo. Se ha visto obligado a desarrollar actitudes complacientes y aborregados.
Para seguir dando respuesta a las necesidades de los ciudadanos, en un sistema sanitario cada vez exigente, se deberá recuperar la capacidad de innovación y aumentar la eficiencia. Para ello necesita autonomía real en la gestión y en la dirección. No sé yo, si la casta, post casta, tras el postureo, le quedan agallas y arrestos para asumir riesgos y aportar resultados.