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Turismofilia

Por Jaume Santacana
miércoles 02 de agosto de 2017, 03:00h

En la linda ciudad de Barcelona, el pasado 27 de julio de este año “urnero” se ha producido un hecho que el Excelentísimo Ayuntamiento capitaneado por la Excelentísima Señora Ada Colau Ballano ha calificado de aislado: un grupo de cuatro jóvenes descerebrados y encapuchados ha asaltado un autobús turístico colmado hasta el techo de sosegados guiris. Cuando el mencionado bus se dirigía hacia el Nou Camp (mientras Neymar se lo va pensando) el cabecilla de los imberbes incógnitos se colocó delante del vehículo de recreo y el conductor, actuando civilizadamente, lo detuvo. En aquel mismo instante, de algún escondite cercano, aparecieron tres prójimos con la intención de apoyar a su líder camorrista. El mozalbete que ejercía de caudillo pintó sobre el parabrisas -con un rojo estridente- una frase que no pasará a la historia de la literatura universal: “el turismo mata los barrios”; sujeto, verbo y predicado, tal y como mandan los cánones obedecidos mansamente por el magnífico escritor José Ruiz “Azorín”. Una vez terminado el bosquejo pictórico, se dedicaron a amedrentar a la población autobusera al tiempo que -aplicados ellos, los merluzos- reventaban las ruedas del carruaje urbano.

Condeno este acto de barbarie de una manera contundente. Por otro lado me siento en desacuerdo con las declaraciones de la señora Colau, que se refiere al incidente como “un hecho aislado”. Cada día que pasa se producen más “hechos aislados” contra el fenómeno (porque se trata de un auténtico fenómeno, no nos engañemos), con lo cual el aislamiento deja de serlo para pasar a un “hecho frecuente” y, más tarde, a un “hecho normal”. Hay que reconocer que el turismo produce en una cierta parte de la ciudadanía un rechazo evidente. Cuando existe un problema primero hay que reconocerlo y luego buscar posibles soluciones. Omitir los problemas no hace más que hincharlos; y si no que se lo pregunten a Don Mariano Rajoy con el tema del referéndum catalán.

En principio, me manifiesto favorable al turismo, así en general. Todos hemos sido o somos turistas en más de una ocasión; no le veo problema ahí. La cosa está en discernir qué clase de turismo es positivo y qué parte no lo es. Todo aquello referido a las masas es, o puede ser, de saque, nebuloso y cuestionable. Como decía Forges a través de uno de sus espléndidos personajes, “semos demasiados”. En realidad cuando todos queremos la misma cosa (o el mismo tipo de paisaje) se suele crear una situación conflictiva en medio de la cual los buitres acaban por chupar del bote y joderlo todo, con perdón.

Dos aspectos a resaltar: los turistas en sí mismos y el entorno que rodea la invasión. Ya lo he comentado, nada en contra del turista; tiene todo el derecho a disfrutar de un cambio de vida provisional así como a interesarse por espacios que, normalmente, le son ajenos. Otra cosa es el turismo salvaje o, lo que es lo mismo, las masas borrachas, gamberras, incívicas, sinvergüenzas y alborotadoras que, agrupadas, tienen un sentido del respeto por los valores ajenos tan nulo como un matrimonio religioso cuando el Tribunal de la Rota lo dicta. Ahí no queda más remedio que abortar tales manifestaciones inciviles a base de multas o disoluciones generalizadas a cargo de las fuerzas del orden público, que para eso están. ¿Pocas fuerzas? Pués que traigan más.

El otro problemón -más grave si cabe- se centra en todo lo malo que la masificación turística aporta a la vida regular de una población, región o país entero: el destrozo genérico del paisaje, sea urbano o rural; y el atroz ascenso de los putos especuladores de terrenos y viviendas que alcanza, de pleno, la vida de los habitantes y residentes habituales en forma de la llamada “gentrificación”; la compra por parte de grandes inversores europeos, rusos o chinos, de zonas enteras y de edificios urbanos con el único fin de acaparar los lugares de moda, subir los alquileres y echar a patadas a sus residentes corrientes. Y luego está el tema de los pisos turísticos... Observado desde este punto de vista, el turismo arrasa con todo y arrastra a un mal vivir a la gente más débil ofreciéndoles más ruido, más follón, más suciedad y menos calidad de vida, amén de una insólita homogenización del comercio y, por lo tanto, la desaparición de una economía más familiarizada con el contacto personal humano.

Ya entiendo perfectamente que el turismo es una fuente (¿inagotable?) de riqueza espectacular, tanto por el dinero que regala a las arcas municipales, autonómicas o estatales como por la creació de empleo. Sí lo comprendo, pero la pregunta es si esta situación actual tiene visos de ser sostenible; por descontado para los residentes pero, en un futuro más o menos lejano -o próximo, como prefieran- puede que los propios turistas deseen viajar a parajes más tranquilos dónde el descanso psíquico y corporal les ayude a ser un poco más felices.

Yo ya no me voy de vacaciones por viejo y por quejica pero, por descontado, no me busquen en Barcelona, Palma, Lisboa, Praga, Venecia y otros destinos preciosos pero muy destrozados.

¡Felices vacaciones a quién las realice!: y calma, mucha calma y sosiego.

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