En este año 2017 se cumple el centenario de la revolución rusa que, además de antecedentes como la de 1905, no fue una sino dos, o tuvo dos episodios sucesivos.
La primera tuvo lugar en febrero de 2017, según el calendario juliano vigente entonces en el imperio ruso zarista, en marzo según nuestro calendario gregoriano. La tremenda insatisfacción por las políticas del gobierno zarista y su absoluta incapacidad de renunciar al sistema de autocracia patrimonial que había regido en Rusia durante siglos y que era incapaz de dar respuestas a las necesidades de un estado moderno y la oposición a la participación en la Primera Guerra Mundial, que suponía una sangría insoportable para las arcas de un país con una estructura administrativa medieval, llevaron a una oleada de revueltas y huelgas en la capital, Petrogrado, antes (y ahora) San Petersburgo, y en algunas de las ciudades más importantes, especialmente en Moscú.
Todo ello desembocó en la abdicación del zar Nicolás II el 23 de febrero, 8 de marzo en nuestro calendario y el establecimiento de un gobierno provisional dirigido primero por el príncipe Lvov y después por el socialista Kérensky. Este gobierno provisional, podría decirse que liberal-socialista, no consiguió asentarse y cumplir sus objetivos por la gran inestabilidad y volatilidad de la situación, en parte provocada por la reaparición del soviet de Petrogrado que actuó como poder paralelo y propició la creación de otros soviets en diversos puntos del país.
Todo ello desembocó en la revolución de octubre, noviembre en nuestro calendario, en la que se impusieron los bolcheviques y, tras una sangrienta guerra civil, en el establecimiento de la Unión Soviética, destinada a convertirse en una de la superpotencias del siglo XX y en el principal inspirador y protector de infinidad de movimientos revolucionarios y emancipadores del colonialismo en muchos países del tercer mundo, así como de la división de Europa en dos bloques antagónicos y campo de operaciones en el que dirimía la hegemonía mundial con los Estados Unidos.
El hundimiento estrepitoso de la URSS a finales de siglo representó el fin de la era de la guerra fría y el entierro de un régimen que había llevado la utopía comunista a un callejón sin salida. El año del centenario llega en un momento en que Rusia, tras unos años de decadencia e inestabilidad, está retomando su papel de gran potencia en la escena internacional, de la mano (de hierro) de Vladimir Putin, que en 2005 proclamó que la desintegración de la URSS había sido la más grande catástrofe geopolítica del siglo.
Los rusos no parecen sentir deseos de retornar al comunismo soviético, pero sí añoran los tiempos en que eran respetados como gran potencia y Putin les ha devuelto ese orgullo, no solo de ser respetados, sino de ser temidos. Ya Serguei Witte, que fue ministro con Alejandro III y primer ministro con Nicolás II, dejó escrito en sus memorias : “en verdad, ¿qué es, en esencia, lo que ha mantenido la categoría de Estado de Rusia? El ejército, no solo primordial, sino exclusivamente. ¿Quién ha creado el Imperio ruso, transformado el zarato moscovita semiasiático en la potencia europea más influyente, dominante e imponente? Solo el poder de las bayonetas del ejército. El mundo no se ha inclinado ante nuestra cultura, nuestra iglesia burocratizada, nuestra riqueza y nuestra prosperidad. Lo ha hecho ante nuestro poderío militar.”
Ese es el camino que ha elegido Putin y que cuenta con un apoyo ampliamente mayoritario entre la población rusa, el poderío e intervencionismo militar. Por eso ha optado por el nacionalismo, ha aplastado a sangre y fuego la rebelión de Chechenia y ha intervenido en Georgia, en Ucrania y, ahora, en Siria y su objetivo indisimulado es restablecer sus zonas tradicionales de influencia en Asia y en Europa.
A muchos, que sí admiramos la cultura rusa, sí que nos han seducido Tolstói, Dovstoyevsky, Pushkin, Chéjov, Gogol, Grossman, Bogdánov, Tsvitáieva, Ajmátova, Maiakovsky, Chaikovsky, Rimsky-Korsakof, Prokofieff, Katchaturian, Shostakóvich, Rachmáninov, Kandinsky, El-Lissitzky, Eisenstein, Tarkovsky, Nabókov y tantos otros y, en cambio, nos preocupa mucho la vuelta a una confrontación armamentista con Rusia.
El centenario de las revoluciones rusas debe ser una oportunidad para extraer lecciones de sus consecuencias y que la Unión Europea establezca unas relaciones con Rusia basadas en el respeto mutuo, la colaboración, la confianza y el beneficio compartido.