…..un determinado acto político puede haber sido un error de cálculo
de los dirigentes de las clases dominantes, error que el desarrollo
histórico corrige y supera a través de las ‘crisis’ parlamentarias
gubernativas de las clases dirigentes; el materialismo histórico
mecánico no considera la posibilidad de error, sino que entiende
todo acto político como determinado por la estructura de un modo
inmediato, o sea, como reflejo de una modificación real y permanente
(en el sentido de adquirida) de la estructura… Antonio Gramsci
-Para no especular en exceso sobre lo que ocurre e el Psoe y las consecuencias sociales que representa la situación de esta socialdemocracia de tercera vía, les haré llegar un relato que les permita ubicarse mejor-.
Arístides era el hombre hacia el cual todo el público volvió la mirada cuando una noche, en el teatro, un actor declamó ciertos versos de Esquilo que decían: "Él no pretende parecer justo, sino serlo", pues cada uno vio en esta descripción su retrato.
Hoy la ciudadanía no sabe hacia donde mirar en un ámbito político donde la apariencia tiene más valor que la realidad, donde el envés de lo verdadero no es la mentira sino la confusión, donde se ha implantado aquella consigna del padre del neoliberalismo económico, Milton Friedman, que apelaba a conseguir que lo imposible se convirtiera en inevitable, tomando por imposible empobrecer y excluir a las mayorías sociales para enriquecer a las élites económicas, sin que en la actualidad esas mayorías sociales tengan los instrumentos de legítima defensa que hagan ahora que lo inevitable sea imposible.
Los destrozos generados por las políticas neoliberales y los dueños de las finanzas pueden ser irreparables para el Estado democrático, singularmente en el caso español, donde el miedo y los instrumentos del miedo han separado a la sociedad de las condiciones reales de las cuales surgió mediante la simple fantasmagoría de sumergir la realidad de España como país en un continuo proceso de reemplazo hasta llegar a la suplantación. Los políticos de la derecha, jaleados por traficantes de ideas neoliberales, están poniendo el Estado al servicio de sus amigos, de banqueros y especuladores. Esta reprivatización de lo público a favor de los poderes económicos organizados, supone desactivar el conocimiento racional de los hechos y el respeto a una cultura de participación ciudadana para utilizar la democracia nominal como una herramienta para mantener sus intereses. Con sus actuaciones, esos gobernantes han quebrantado una parte sustancial de la tradición democrática, aquella que siempre puso el Estado al servicio de los ciudadanos y no en manos sólo de los amos del capital.
Si la nación sólo es el beneficio de esas empresas que vertebran al país, el Estado no puede ser sino un artefacto costoso e inútil, improductivo, parasitario que ha ido creciendo como un quiste purulento. El único Estado sostenible es el que preserva el poder económico y financiero, un Estado mínimo que mantiene el orden plutocrático en el vértice obsceno de la desigualdad. Seremos trabajadores, consumidores, desempleados o excluidos pero no ciudadanos, porque como afirma Philip Pettit, la ciudadanía como fuente de poder, exige la igualdad civil de todos sus miembros. Lo contrario produce descohesión y solipsismo, por eso la derecha tiene que actuar en una nueva versión de Tartuffe ou l´Imposteur.
Alguien tan poco sospechoso de afiliación izquierdista como Emilio Romero, ínclito falangista director del diario “Pueblo”, afirmó que la derecha para ganar unas elecciones tenía que mentir y la izquierda, sin embargo, no. Simplemente porque la derecha defendía los intereses de doscientas familias y eso no daba votos suficientes. Es evidente que no hay once, ni diez, ni ocho millones de banqueros que se beneficien de la reforma financiera, ni millones de empresarios que se beneficien de la reforma laboral.
La mentira, el equívoco, la confusión le es imprescindible a la derecha para que los ciudadanos no descubran, en palabras de Ezra Pound, que esclavo es aquel que espera por alguien que venga y lo libere.
Fijense en la actualidad inquietante del momento: En mi opinión, el PSOE ha sido el verdadero partido del régimen; ha combinado como nadie la obtención de un consenso muy amplio de las clases trabajadoras con la defensa férrea de los intereses de los grupos fundamentales del poder económico. El problema del PSOE —Sánchez siempre lo ha sabido— es Podemos y Unidos Podemos, en un sentido muy preciso: para volver a ser en la nueva fase el partido del régimen debe integrar, dividir y debilitar electoralmente al conjunto de fuerzas que representa Pablo Iglesias.
No sé qué ocurrirá finalmente en el PSOE. Temo que lo que se dirime allí no dependerá sólo de interpretaciones jurídicas y estatutarias; hablamos de la crisis más importante desde el fin de la Guerra Civil en el partido más importante del ultimo siglo en España. Quien pensaba que podía haber normalidad política sin que el PSOE se decidiera por el PP o por Podemos se equivocaba.
Frente a la incertidumbre, a Podemos le toca seguir del lado de la gente. Debemos estar preparados para gobernar o para la repetición electoral, pero también, si finalmente se imponen los partidarios de dar el Gobierno al PP, -hasta el momento están ganado los de esta tesis- debemos estar seguros de nuestro papel como fuerza política que ofrece garantías y que se debe construir como instrumento de un movimiento popular que siga empujando por una sociedad más justa. Nadie duda en España de que nosotros jamás iremos de la mano del Partido Popular. En tiempos de incertidumbres y de golpes oligárquicos, Unidos Podemos debe ser el referente de seguridad de los que quieren una sociedad mejor frente a las élites.