Ya sé que el referéndum que va a convocar el primer ministro británico David Cameron es sobre la permanencia o salida del Reino Unido de la Unión Europea, el denominado “brexit”, pero creo que hay correlaciones manifiestas con el que a su vez convocó Felipe González en 1986 sobre la continuidad o no de España en la OTAN.
España entró en la OTAN en mayo de 1982, con un gobierno de la UCD presidido por Leopoldo Calvo-Sotelo, con el voto en contra del PSOE y el resto de partidos de izquierda. De hecho, el PSOE, dirigido por Felipe González y Alfonso Guerra, fue muy beligerante contra la adhesión a la alianza militar, y popularizó el eslogan: “OTAN, de entrada no, exige que te escuchen, exige un referéndum”.
En la campaña electoral de finales de 1982, que acabó con una victoria arrolladora del partido socialista, que consiguió una mayoría absoluta jamás repetida de 202 diputados en el Congreso, el PSOE prometió la convocatoria del referéndum que había venido exigiendo, para salir de la alianza militar, intención que se vio reforzada con el nombramiento de Fernando Morán, veterano diplomático contrario a la permanencia en la OTAN, como ministro de asuntos exteriores, que negoció con éxito la adhesión de España a la Comunidad Europea, que se firmó en junio de 1985. Pero poco después fue relevado del ministerio y sustituido por Francisco Fernández Ordóñez, atlantista convencido.
El relevo era coherente con la nueva postura de Felipe González y toda la cúpula del PSOE, que habían cambiado de opinión y decidido que España permaneciera en la OTAN. Muchos ciudadanos sin embargo, y entre ellos una gran mayoría de los militantes y votantes de izquierda, eran contrarios , de ahí que González se vio atrapado entre su voluntad de seguir en la alianza y su promesa de convocar un referéndum que estaba pensado, en principio, para salir de ella y que tenía serias posibilidades de perder.
El referéndum se celebró finalmente en marzo de 1986, era una promesa electoral de obligado cumplimiento que se había podido dilatar con la excusa de las negociaciones para la entrada en la Comunidad Europea, pero una vez conseguida la adhesión a la CE y ya en el último año de legislatura, la convocatoria era inevitable. Toda la dirigencia del PSOE se tuvo que implicar a fondo en la campaña para conseguir convencer a la mayoría de sus militantes y votantes, que en principio, y por principios, eran partidarios del no a la OTAN, de que cambiasen el sentido de su voto y votasen por la continuidad en la organización militar.
Asistimos a imágenes dignas de una película surrealista de Buñuel, en las que vimos a Felipe González y Alfonso Guerra, que solo tres años atrás acababan los mítines cantando la internacional con el puño alzado y coreando: “OTAN no, bases fuera”, pidiendo con entusiasmo el sí a la OTAN. También Javier Solana, que en la votación de 1981 en el Congreso había hecho un discurso durísimo contra la entrada en la OTAN, alegando que “favorecería una atmósfera de guerra”, hizo campaña por el sí y, con el tiempo, acabaría siendo secretario general de la propia alianza. Ya sea por convencimiento ideológico, por populismo, o por cálculo electoral para conseguir atraer y fidelizar el voto de los ciudadanos de izquierda, que eran abrumadoramente contrarios a la OTAN, en un momento en que el partido comunista tenía una importante porción del electorado y competía con el PSOE desde postulados de ortodoxia izquierdista antiatlantista, Felipe González, prometió un referéndum para salir de la alianza y después se vio en la necesidad de convocarlo cuando ya había dado un giro copernicano ideológico y decidido que España debía seguir en la OTAN, que era lo lógico desde el principio, pero en vez de hacer pedagogía, que es algo que los políticos deberían hacer y casi nunca hacen, para convencer a los ciudadanos de que una vez conseguida la democracia parlamentaria y el estado de derecho, lo adecuado, incluso ineluctable, era que el país se integrara en las organizaciones a las que pertenecían los países que compartían los mismos ideales, tanto políticas, la Comunidad Europea, como defensivas, la OTAN, había preferido hacer populismo y prometer el referéndum.
Al final, ganó la consulta con un exiguo 52’5 % de votos a favor de la permanencia. Pero la victoria no le salió gratis. En la campaña se dejó un parte de su prestigio y de su credibilidad y en el PSOE se desgarraron algunos jirones que, con el tiempo, tuvieron serias consecuencias. Muchos ciudadanos votaron a desgrado y, en su momento, acabaron alejándose del partido socialista.
Cameron prometió un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea debido al avance del populista UKIP, el partido inglés rabiosamente anti-UE, que podía representar una seria amenaza electoral y ante la presión de una parte importante de su propio partido conservador, que siempre ha sido antieuropea. En realidad, todo parecer indicar que él siempre ha pensado que era mejor para el Reino Unido seguir en la UE pero, igual que Felipe González, ha preferido ceder al populismo y prometer un referéndum, en vez de hacer pedagogía para convencer a la población británica, particularmente a la inglesa, de la conveniencia de la continuidad en la UE.
Para poder justificar la defensa de la permanencia del Reino Unido en la UE, que todo indica que es lo que pensaba desde el principio, ha escenificado una negociación con la UE para cambiar ciertas condiciones de pertenencia del RU y así presentarse ante su opinión pública con un paquete de medidas que resulte aceptable y favorezca el sí a la continuidad en la UE.
Cameron ha anunciado con gran euforia el acuerdo conseguido como una reforma de la UE en el sentido exigido por el Reino Unido, aunque en realidad es más cosmético que efectivo, ha fijado la fecha del referéndum para el 23 de junio y ha anunciado que hará campaña por el sí. Pero no tiene demasiados motivos para la euforia. Todos los que eran contrarios a la UE ya han anunciado su rechazo absoluto y su decisión de votar por la salida del RU. Y lo que es peor, varios de sus ministros y algunas personalidades relevantes de su propio partido, como el alcalde de Londres, Boris Johnson, han manifestado su desacuerdo y su decisión de hacer campaña contra la permanencia en la UE. Una mayoría, o al menos muchos, de expertos económicos y financieros auguran serios problemas para el Reino Unido si abandona la UE, a diferencia del alegre, despreocupado y jactancioso optimismo de los partidarios del “brexit”. También tendría consecuencias sobre la cooperación en la lucha antiterrorista y contra el crimen internacional, así como en la política de defensa y seguridad. Provocaría con toda probabilidad la independencia de Escocia, cuyos ciudadanos quieren permanecer en la UE. De hecho, uno de los argumentos a favor del no a la independencia en el referéndum escocés era que una Escocia independiente quedaría automáticamente fuera de la UE. No parece que los escoceses aceptaran salir de la UE por permanecer en el Reino Unido. Y con la independencia de Escocia desaparece el Reino Unido.
El “brexit” tendría también serias consecuencias en Irlanda, con el restablecimiento de fronteras entre las dos partes de la isla e incógnitas sobre la circulación de trabajadores y mercancías y un más que posible retroceso en el proceso de paz. Igual que Felipe González, para ganar el referéndum Cameron tendrá que convencer a una parte sustancial de su electorado, al que el corazón le pide votar por el “brexit”, de que cambie su voto, de que vote racionalmente y no emocionalmente.
Si no lo consigue, si pierde, estará políticamente acabado. Pero aunque gane, una parte de su partido y de su electorado le dará la espalda y su supervivencia política quedará muy comprometida.