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Las cosas están cambiando

Por Julio Fajardo Sánchez
miércoles 03 de diciembre de 2025, 22:57h

Recuerdo al general Sabino Fernández Campo en el hall de los apartamentos Colón. Allí me hospedé varias veces y lo veía impecable, con su loden azul marino, perfectamente peinado y saludándome con educación, siempre con la elegancia del destronado que acaba sus días en apenas 20 metros cuadrados. En el mismo lugar me tropezaba con Luis Racionero. No sé qué instinto le inclinaba a darme los buenos días, quizá la reminiscencia de una España de cortesías que se nos estaba escapando entre las manos. Ahora que leo el libro de Cercas sobre el 23 F me vienen a la memoria esos detalles.

Cercas habla de la historia de una ambición. Reconozco que el mundo de la política gira en torno a ese concepto y que en una descripción novelada de los hechos es más rentable escribir sobre esas pasiones bajas que nos introducen en el campo de lo psicológico. Así se venden mejor los libros. Hablar solo de ambiciones es alejar al pueblo del protagonismo que tiene en los acontecimientos políticos, rebajar ese conceto de soberanía que le otorga una Constitución democrática.

Aceptemos que la ambición es el primer motor para poner en marcha una empresa, sea la que sea, esté investida de dignidad o pueda ser acusada de responder a las exigencias más deleznables. La ambición siempre estará ahí, tomada en su aspecto negativo o positivo, que da igual. Pero lo cierto es que sin el apoyo final del pueblo esto vale bien poco.

Últimamente se habla en la prensa de ambiciones y unos las ensalzan y otros las colocan en el nivel de lo despreciable. Por ejemplo, hoy en El País, un diario libre de toda sospecha, escribe Manuel Jabois un artículo titulado “José Luis de Valencia”, donde habla de las ambiciones injustificadas basadas en lealtades y adhesiones fanáticas; en la negación de la realidad, que es más que negar el conocimiento personal. Creo ver el anuncio de que, al aumentar la carencia del fervor popular, la ambición, por sí sola, no tiene demasiado recorrido y la confianza se resquebraja de manera alarmante.

Evoco la dignidad del general que fue jefe de la Casa del Rey, leo el libro de Cercas y me atrevo a emparentar aquella situación con lo que ahora sucede. Es cierto que ya no está Emilio Romero, escribiendo su columna en el ABC, ni hay generales conspirando, ni siquiera Juan Carlos para recibir el consejo de sus antiguos preceptores. Ahora este emérito es un personaje inoportuno e inconveniente que debería aplicarse a sí mismo lo que un día le dijo a Hugo Chávez.

El lugar común es la alerta de que algo no funciona, a pesar de la macroeconomía y el éxito de Amancio Ortega en el Ibex 35, que, por si fuera poco, es denostado por parte del Gobierno. Hay un ambiente enrarecido por el reconocimiento de la mentira y el aparente silencio del pueblo, confundido con la aceptación hipócrita de una minoría de adeptos, repartidos entre los militantes fervorosos y cierta prensa que persiste en erigirse como dogma indiscutible. Lo de Manuel Jabois es una excepción, pero no lo es tanto si nos sirve para entender que las cosas están cambiando en ese sentido. No sé si para bien o para mal, pero están cambiando.

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