Íñigo Domínguez dice que algunos piensan que España está al borde de otra guerra civil. Titula su artículo “Cuestión de perspectiva” y lo ilustra con un pasillo de Borromini que actúa como un trampantojo. Borromini era un experto en falsear los espacios y en construir lo grande con elementos pobres, como hace de forma magistral en San Carlos de las Quatro Fontane, de Roma.
La perspectiva de la guerra civil, tal y como la sufrimos, es irrepetible. Nadie va a la guerra dejando el coche en el aparcamiento para ir a dar unos tiros. Tampoco hay dos ejércitos para sublevarse ni una amenaza exterior que defienda a una de las partes en conflicto. Las guerras civiles solo son posibles en esos países donde las tribus se comen el hígado, como decía Vinicius de Moraes. Aquí no nos podemos hacer un traje con esas hechuras, pero si observamos las nuevas técnicas de lucha política podríamos afirmar que ya llevamos un tiempo inmersos en ese conflicto civil del que nos va a resultar difícil salir.
No hacen falta drones, ni misiles, ni genocidios; las armas son otras: las del odio y del desentendimiento. De eso tenemos de sobra, y lo alimentamos como si fuera lo único utilizable para el debate político. Vivimos en medio de una gran hoguera a la que echamos combustible, convirtiendo en gasolina cualquier elemento que podríamos discutir dentro de la serenidad democrática.
Yo pertenezco al plan antiguo, cuando en la política teníamos el exquisito cuidado de no insultar, de no tensar, de preservar aquello que habíamos construido como base para el entendimiento. Eso se acabó el día que alguien decidió que con la tensión se podrían obtener algunas ventajas. Ahí están los preámbulos de la guerra que ahora tenemos, a pesar de que digan que todo es cuestión de perspectiva poniendo a Borromini de testigo.
Hay un error en el artículo de Íñigo Domínguez. La perspectiva es un truco del dibujo para llevar a las dos dimensiones lo que vemos en tres. Por tanto se trata de una distorsión de la realidad. La trampa se llama punto de fuga, un procedimiento por el que las paralelas, que por definición nunca se cortan, lo harán en un lugar del infinito. Sin embargo, el punto de fuga, literalmente considerado, es un lugar por donde escaparse, por donde huir de la fatalidad de la tozuda horizontalidad que obliga a que las cosas no se acuerden jamás.
En la situación en que estamos no se ve la salida, no hay punto de fuga, por tanto no hay perspectiva. Alguien dice que esta controversia es consecuencia del ejercicio libre de eso que llamamos democracia. No es así. La democracia siempre ofrece una salida. Eso es lo que decía Juan Linz: el exit, que es donde reside la posibilidad de la alternancia. En la situación actual se dibuja lo que los marinos describen como horizonte cerrado. Se niega la mayor, y esa es la consecuencia primera para afirmar que estamos ante un conflicto civil de extrema gravedad, equivalente a una guerra, pero sin las armas convencionales, como se procede en las guerras modernas. Por eso son cada vez más las voces que claman por la moderación y por la sensatez, y reaccionan con mayor virulencia las que intentan acallarlas.