Ayer fue la entrega del premio Francisco Cerecedo que otorga la Asociación de Periodistas Europeos. Como todos los años presiden los reyes. He visto a mi hermano José Luis todo el tiempo en el enfoque de cámara, como miembro del jurado. Miguel Ángel Aguilar hace esta vez de Secretario y ha leído el acta después de hacer referencia a la ausencia de pantallas y de música, en un tiempo en que ambas cosas parecen resultar imprescindibles.
No sé si estoy de acuerdo. Las pantallas son la presencia del mundo actual, donde lo digital está sustituyendo a todo lo demás, y la música es eterna, como un complemento a cualquier tipo de lenguaje. De todas formas es una manifestación de carrozas que es lo que, en el fondo, somos todos los que nos aferramos a defender los ideales de una generación. Entiendo lo de no mezclar para no distraer. Traer a Rosalía al debate de la imparcialidad de la prensa, por poner un ejemplo, sería echar una cortina de humo sobre la intencionalidad de los reconocimientos, pero el no hacerlo llevaría consigo una especie de negativa a la modernidad, en un negacionismo que provoca la obsolescencia de quien lo practica.
Hablar de pantallas y de música, con todo el respeto y afecto que le tengo a Miguel Ángel, significa no hacerlo sobre lo que se reivindica sobre el comportamiento deontológico de una profesión, cuando se hace la crítica a los que han preferido ejercerla siendo voceros y propagandistas de una tendencia determinada, llámese como se llame. Esto es lo que ha dicho el presidente de la Asociación de forma no velada. Alguien podrá haber echado de menos una alusión al debate generado en los tribunales y las declaraciones prestadas por los periodistas, que en los últimos días aparecen en los editoriales de los medios más influyentes. Este silencio me parece altamente significativo, porque se evade del ruido de los que acusan de ruido a los demás. Sobre todo a los que dicen lo que ellos no quieren escuchar.
Por lo que he entendido, hay un requerimiento al compromiso con la verdad y a la limpieza de las informaciones, sin venir investidas del tinte ideológico que las acompaña por norma general. Claro que los que no se sientan satisfechos con la decisión de los jurados dirán que esos son sus enemigos: una serie de carcas que se refugian en el recuerdo de un periodista muerto en 1977, hace casi 50 años, y que era amigo de Felipe González, que hoy está fuera de toda consideración por sus antiguos correligionarios. No sé que pensaría Cuco Cerecedo de todo esto.
Todos estos eran mis amigos hace 60 años. Quizá la explicación se halle en que somos una generación de inadaptados a lo que imponen las nuevas técnicas de comunicación, una especie del abuelo Cebolleta que continúa con sus viejos relatos sin aceptar las innovaciones. A pesar de todo, me siento cercano a lo que se expuso en el acto presidido por el rey, donde el monarca no entró en el análisis crítico aciertos modos de ejercer el periodismo. Le dejó ese cometido al presidente que habló en nombre del jurado. Miguel Ángel hizo un canto a la ausencia de pantallas, pero hoy la mayor parte de la información se transmite por ese medio, unas táctiles y otras no tanto, divididas por lo que se llama el seudoperiodismo o la máquina del fango.
Mientras esto siga siendo así, los fallos del jurado del premio Cerecedo tendrán un efecto correctivo aunque creo que les harán poco caso y las cosas seguirán igual.