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Las estruturas de pecado

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 16 de octubre de 2025, 06:00h

Hay palabras que incomodan porque tocan el nervio de la conciencia. El Papa León XIV, en su reciente carta Dilexi te, habla con claridad de las estructuras que generan desigualdad”, aquellas formas sociales, económicas y culturales que, más allá de las decisiones individuales, sostienen un modo de vida injusto. No se trata solo de personas que obran mal, sino de sistemas que hacen difícil obrar bien. Esas estructuras son, como ya denunciaba san Juan Pablo II, estructuras de pecado, porque hieren la dignidad humana y contradicen el Evangelio de la fraternidad.

En Canarias, esas estructuras no son abstractas. Tienen rostro y paisaje. Se expresan en un modelo turístico que, siendo fuente de ingresos, deja también un reguero de desigualdades: sueldos precarios, vivienda inaccesible, barrios gentrificados y familias que ven cómo su tierra se vuelve inhabitable. Se manifiestan en una economía informal donde miles de personas sobreviven sin derechos ni protección. Se sienten en la crisis habitacional, que expulsa a los más frágiles del derecho a una casa digna, y en la dependencia estructural de un sistema que mide el éxito en cifras de visitantes y no en calidad de vida.

Estas realidades no se corrigen con paliativos ni discursos bienintencionados. Requieren una palabra profética, capaz de nombrar la injusticia sin miedo y de despertar la conciencia dormida. La denuncia profética no se ejerce desde el resentimiento, sino desde el amor: desde el amor herido que no tolera que la dignidad sea pisoteada. León XIV nos recuerda que no nos podemos limitar a consolar a los pobres, sino que ha de cuestionar las causas que los empobrecen. No basta con aliviar el dolor: hay que transformar las condiciones que lo producen.

La urgencia profética no es un lujo; es un deber moral. En cada sociedad existen intereses que prefieren el silencio, pero la fe no puede callar ante el sufrimiento colectivo. Callar es complicidad. La voz de la comunidad, de todo ciudadano de conciencia, está llamada a romper el consenso de la indiferencia y a reclamar un modelo económico que no excluya, una política que no se rinda al cálculo electoral, una cultura que no confunda bienestar con consumo.

El amor verdadero no se limita a sanar heridas; también denuncia las manos que las provocan. Y en ese doble movimiento -curar y denunciar- se juega la autenticidad de nuestro compromiso público. Cada vez que se acompaña a los descartados y se señala las raíces del descarte, se cumple com la misión profética. No se es enemigos del mundo, sino su conciencia más despierta. Y toda sociedad necesita esa voz, aunque a veces moleste.

Las estructuras de pecado no son invencibles. Pero solo se desmontan desde la verdad y la esperanza. La verdad que nombra las injusticias sin edulcorarlas, y la esperanza que no se resigna a vivir entre ruinas morales. El Papa nos invita a amar al mundo, pero a amarlo proféticamente: es decir, con una ternura que no abdica de la verdad. Porque amar, en cristiano, no es consentir, sino transformar.

Quizá ese sea hoy el desafío más urgente: pasar del consuelo a la profecía, del alivio a la justicia, de la limosna al cambio. Y en esa tarea nadie puede sentirse ajeno. Porque mientras existan estructuras que fabriquen pobreza, todos somos parte del problema o de la solución. Y la Buena Notivcia, como siempre, nos invita a elegir.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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