Creo que era 1951. Yo tenía 9 años y estaba enyesado. Me venía bien el mar, así que estábamos en La Punta. Bajando al Arenisco, andando sobre el callao se rompió el estribo de hierro con que apoyaba la pierna escayolada. Me llevaron a una herrería. Pusieron una lámina de hojalata para proteger la planta del pie y me lo soldaron con un soplete. Me sentí como un robot en un tiempo en que los robots no estaban de moda. Era la posguerra y nadie pensaba en esas cosas. A los pocos días me dio una estomatitis y volví a La Laguna. Me dieron pastillas de clorato y toques de azul de metileno y violeta de genciana. Mi tío Carlos trajo el primer número del DDT, que acababa de salir. Hasta entonces me entretenía con el Pulgarcito, donde salían los personajes de la pandorga de las fiestas del Cristo: Carpanta, doña Urraca, el repórter Tribulete, don Pío y las hermanas Gilda, junto con los reyes Católicos, abriendo el desfile de gigantes y cabezudos, que en Las Palmas se llaman papahuevos.
Hace de esto 74 años y ya había pasado por varias desgracias. Dos años antes se murió mi padre y me descubrieron una coxalgia que me tuvo impedido más de tres años. Mi familia tenía mala suerte. A mi abuelo lo mataron en 1936 y a un hijo suyo, de 27 años, también. Mi abuela no hacía otra cosa que ir a misa y rezar el rosario, y mi madre se quedaba embarazada cada 13 meses, o así. A pesar de todo, éramos felices. Nos criamos sin odio. Somos 7 hermanos unidos y la vida nos ha dado algún que otro revés, pero ahí seguimos. Por eso no entiendo cómo ahora se dedican a enseñar a la gente a odiarse. Solo se me ocurre decir que paren un poquito. Eso no nos lleva sino a la destrucción.
Escribo estas cosas en las redes ejercitando mi memoria. He descubierto que la memoria sirve para olvidar y, sobre todo, para perdonar. Nunca tuve necesidad de perdonar nada. Lo mejor es entender. Hace 50 años yo tenía 38 y estuve en primera línea cuando los españoles nos perdonamos, o nos olvidamos del daño que nos habíamos hecho y empezamos a construir un futuro sin ruindades. Hoy noto el desprecio como un viento en la nuca. Podían parar un poquito, digo yo. Volver a los tiempos del DDT, con Carpanta, doña Urraca y los gigantescos, flacos y tiesos reyes Católicos bailando en la cabalgata al ritmo de una banda de tambores y cornetas.