Nada como el transcurso del tiempo para soslayar determinadas actuaciones en la sociedad de épocas pretéritas, y pasar a tiempos mejores en cuanto a determinados aspectos sociales. Me refiero, a cuando era necesario el permiso marital (1975) para realizar diversos actos jurídicos y patrimoniales.
Otra curiosa exigencia (1978), era la prestación social obligatoria ante el Servicio Social de la Sección Femenina para mujeres solteras entre 17 y 35 años. Era un requisito para acceder a ciertos derechos y beneficios, como trabajo remunerado, títulos oficiales, asociaciones, carné de conducir o pasaporte. Recuerdo a mis hermanas mayores cavilar sobre la forma de eludir tales exigencias para poder opositar o trabajar.
Lo cual nos llevaría a reflexionar sobre una frase que he debido leer en algún sitio: “El único lugar donde tenemos poder de cambiar las cosas es el presente”. Eso sí, pero depende de cuál de ellos.
Recensión sobre el “machismo”.
Según una mayoría de autores, dicho término se trataría del Estudio y Jerarquización de los testimonios de una tradición textual.
Dicha acepción se compone de ciertas conductas, comportamientos y creencias que promueven, reproducen y refuerzan diversas formas discriminatorias contra las mujeres. Se construye a través de la polarización de los roles y estereotipos que potencian la masculinidad sobre lo femenino.
Luis Bonino, psico terapeuta argentino. pionero del uso del término “micromachismo”, lo designa como sutiles e imperceptibles maniobras y estrategias de ejercicio del poder de dominio masculino en lo cotidiano, que atentan en diversos grados contra la autonomía femenina.
Cierta diferencia en lo anterior sería la distinción entre masculinidad, (características, citadas en el párrafo anterior, asociadas tradicionalmente a los hombres) y el denominado “machismo”, junto a la legitimación de la violencia como medio de control, hoy delito.
Según R. W. Connell (3/1/1944), socióloga australiana, especialmente conocida por su desarrollo de “La masculinidad hegemónica o machismo”, la define como oposición o rechazo a la feminidad. La asocia directamente con el patriarcado como lógica de relación y de comprensión del mundo, donde el varón es el género predominante en la condición humana.
Otros autores e investigadores comenzaron a valorar la importancia del estudio de la masculinidad patriarcal, junto a otros nuevos, los cuales se ocuparon de estudiar la construcción de la identidad masculina y los mandatos sobre la masculinidad en las relaciones de poder de nuestra sociedad.
Con el transcurso del tiempo la sociedad ha venido efectuando en su vida cotidiana una mayor adopción de igualdad de roles denotadas principalmente en la vida de la pareja en común. Sin embargo. Con mayor lentitud fuera de la misma.
Un feminismo acrisolado.
Hay que destacar y celebrar que el feminismo implica perseverar por la igualdad de género y los derechos de las mujeres, así como los valores y principios que defiende este movimiento, como si se tratara de un movimiento político, social y cultural que busca transformar las relaciones sociales en principios inalienables.
Es sin duda, motor del cambio social, con varias autoras de renombre; Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, y Kate Millet. Entre las españolas destacadas: Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, y más recientemente, escritoras con Rosa Cobo, Alicia Millares y Luisa Posada.
El “hembrismo”, neologismo prefabricado por el “machismo”
El lexicógrafo Manuel Alvar Ezquerra (+2020) lo definió en 2005 como "discriminación sexual, de carácter dominante, adoptada por las mujeres". Considerado como marginal y controvertido, aunque no exista un creador específico. Dicho término se ha popularizado en contextos donde se critica al feminismo utilizándolo de forma peyorativa.
Realmente, una especie de silogismo nostálgico: “cualquier tiempo pasado fue mejor” que a ciertas edades hace girar los pensamientos.
Conclusión.
Posiblemente resultaría incompleto el presente Texto, si ignorársenos algún comentario de Bernard Shaw, sobre la hipocresía del matrimonio refiriéndose a las confusiones del ser humano sobre el amor.
Shaw halló tal hipocresía, que persuadía a las parejas para que firmasen un contrato cuando estaban bajo la influencia de la más “violenta, insana, engañosa y transitoria de las pasiones”: el enamoramiento. Y, lo que es peor, obligándoles a jurar que se mantendrían en ese estado de excitación hasta que la muerte los separara. De ahí el agotamiento, la infidelidad o la degradación del sexo, para él, productos de una institución que elevaba un encarcelamiento a la categoría de lo sagrado o sacramental.
Es decir, el amor puede comenzar como una ilusión, y el amor verdadero implicar un compromiso profundo y una construcción conjunta de la relación, más allá de la idealización inicial. Caso contrario, la inteligencia del ser humano acaba por encontrar las oportunas evasiones.