Hay días que sirven para mucho más que para publicar una foto con un hashtag bonito. El Día Internacional de la Juventud debería ser uno de ellos, porque es un altavoz para quienes llevan años escuchando "eres el futuro" mientras el presente les niega una vida digna.
Me atrevería a decir que la vida, como el ajedrez, se trata de prepararse y anticiparse a las jugadas. Pero el problema es que somos de esa generación a la que le tocó aprender las reglas del juego cuando ya habían repartido las fichas sin contar con nosotros, y como mínimo, nos falta la torre, el alfil y un par de peones.
A la juventud nos obligan a dar jaques con becas que no alcanzan, trabajos que pagan en experiencia y alquileres que se comen el 80% del sueldo. Hasta el enroque, ese recurso para protegerse ya no es suficiente, como cuando nos decían “estudia y ten un título para vivir mejor”.
Ser joven en Canarias es un acto de equilibrio entre la épica y la supervivencia. Heredamos crisis económicas como si fueran tradiciones familiares, mercados laborales que convierten "trabajo estable" en un oxímoron y una brecha generacional que nos coloca en tierra de nadie. La generación mejor formada de la historia, pero también la que más ha tenido que demostrar que un título no es un billete de lotería.
Sin embargo, los canarios y canarias somos maestros en luchar desde la adversidad. Aunque el juego esté trucado, seguimos aquí tramando gambitos con becas insuficientes, convirtiendo trabajos temporales en proyectos vitales, defendiendo nuestro derecho a no emigrar.
Pero hay algo que ninguna conexión aérea carísima ni el gobierno estatal nos ha robado: el orgullo de ser de Canarias. Ese que no se reduce a folclore, sino que se traduce en comunidad, en buscar soluciones donde otros solo ven problemas.
Y es cierto, lo que no se vive, es difícil de imaginar. Muchos no entienden por qué emigrar no siempre es una "aventura" sino una necesidad. La insularidad no es un detalle pintoresco; es que para ir a estudiar o ver a tu familia tienes que coger un avión o un barco, es crecer con la sensación de que "triunfar" implica irse.
¿Y si el triunfo fuera quedarnos y transformar nuestra tierra? Aquí hay jóvenes recuperando cultivos de plátanos, creando cooperativas de energía renovable, trabajando para ayudar a la comunidad más vulnerable y un largo etcétera de acciones que nos hacen sentir orgullo. No queremos limosnas ni paternalismos: queremos políticas que reconozcan nuestra realidad única como jóvenes de Canarias.
Este no es un artículo resignado. Todo lo contrario: hablamos desde la rabia, pero también de la esperanza. Porque reclamar un futuro es justicia.
Ser joven en Canarias es llevar las islas tatuadas en la piel, incluso si la vida te lleva lejos. Pero no debería ser un acto heroico elegir quedarse. Hoy más
Raquel Castro. Secretaria General JNC