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La felicidad

Por Julio Fajardo Sánchez
lunes 11 de agosto de 2025, 11:30h

Dice Fernando Jáuregui en su último libro que tuvo una conversación con el padre Ángel en la que este le habló de crear un Ministerio de la Felicidad; que lo había comentado con miembros de los principales partidos políticos y les había parecido una idea poco interesante. Cosas del padre Ángel. En realidad, si la política, en teoría, persigue la felicidad de los ciudadanos, por qué no se podría poner en práctica un organismo que se dedicara a ese objetivo directamente. La respuesta sería que estaba incluida en cada uno de los departamentos del Gobierno, y concentrar esa intención en uno solo sería como aislar el concepto, desvirtuándolo y haciéndolo perder su visión de conjunto.

Puede ser que el Gobierno tuviera razón, pero la propuesta del padre Ángel obedecía a una carencia que, alguien como él, no podía pasar por alto. A la vista de esto me he preguntado en qué consiste la felicidad y se es posible articularla de forma reglamentaria para que sea aplicada de forma igualitaria, responsable, solidaria, sostenible y todas esas cosas que se le exigen a las políticas para que sean efectivas. Hoy existen diversidad de territorios a los que les es aplicable el concepto de felicidad y en todos ellos se tiende a la coincidencia con el término libertad.

¿Entonces ser feliz es ser libre? En cierto modo sí, a pesar de que existan contradicciones a la hora de plantear una aceptación unánime. Lo que hace feliz a uno puede enervar a los otros, y al revés. Por ejemplo, en lo ideológico estas coincidencias no se suelen dar y cada sector avanza con su modelo de felicidad a cuestas, intentando arrojarlo sobre la cabeza del vecino o imponiéndolo a base de decretos. Por estas razones no parece recomendable ir a la búsqueda de un sistema de felicidad basado en la política. Realmente es una entelequia que se le ocurrió al padre Ángel. ¿Y si consistiera exclusivamente en un tema de psicólogos? ¿Si fuera un asunto de dopaminas, oxitocinas y demás hormonas? Entonces estaríamos en un horizonte parecido al diseñado por Aldous Huxley, en manos de las drogas y con un deterioro alarmante de la libertad.

Libertad y felicidad son dos conceptos a los que les cuesta un gran esfuerzo coincidir. Claro está que esto es debido a que les exigimos necesidades que surgen como nuevas, en una carrera que nunca llegará a satisfacernos plenamente. Y no solo hablo de vencer al estrés o a la depresión, sino de hallar ese punto de equilibrio entre la libertad, el cumplimiento de las normas y la felicidad. Vivimos en un mundo de actualizaciones y adaptaciones permanentes, donde no salimos de unas pautas para entrar en otras, que también se harán revisables al poco tiempo.

Hemos dejado muchas cosas que aún no habían pasado a ser inservibles. Quizá mirando atrás sin ira hallaríamos cosas que nos hicieron felices y que las revisiones dogmáticas han hecho desaparecer de nuestras vidas. Un buen consejo sería rememorar el tiempo en que creímos ser felices, o volver a leer aquel libro que tanto nos gustó. Uniformar a la felicidad, meterla en el vademécum ordenado de un ministerio no es una buena idea. El padre Ángel debe saber que eso no es así, pero el día que se tropezó con Fernando Jáuregui no era uno de sus mejores días. Él tiene otras soluciones que ofrecer.

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