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La corrupción, protagonista

Por Enrique Arias Vega
martes 05 de agosto de 2025, 21:44h

De un tiempo a esta parte, la corrupción política se ha convertido en protagonista de la vida pública. En su crecimiento ha escalado las principales instancias del Gobierno y del partido socialista. No en vano existe el caso de Cerdán-Ábalos-Koldo y todas sus secuelas, sino que tenemos enjuiciados a los más directos familiares del presidente del Gobierno.

Pero no se trata aquí de volver sobre temas de sobra manidos, sino de analizar la corrupción en el imaginario colectivo español y extranjero. Dentro de nuestras fronteras estamos curados de espanto y empieza a suponerse que la mala praxis política es consustancial a esa actividad. Por eso, las falsificaciones de currículums se consideran peccata minuta ante la que está cayendo.

O sea, que convivir con la corrupción se ve, lamentablemente, como algo inherente a nuestra clase dirigente y ni siquiera tiene una correlación muy acusada con las encuestas de intención política, más allá de que la oposición pueda sacar rédito electoral de este estado de barrabasadas.

Donde se ha instalado también la percepción de que la clase dirigente española no es como debiera es en los medios internacionales. No me refiero solamente a la prensa, donde empieza a pedirse, tímidamente aún, el adelanto de las elecciones, sino de instituciones como el grupo del Consejo de Europa encargado de la transparencia política y de una estrategia global contra la corrupción. Este organismo establece que de las 19 recomendaciones hechas hace seis años para conseguir esos objetivos se han cumplido parcialmente 16 y no se han aplicado 3.

No es un balance muy halagüeño, aunque el Gobierno haya querido mostrárnoslo como tal. En él se tocan una serie de aspectos, como la falta de transparencia en el nombramiento de cargos discrecionales o el exceso de aforamientos, pasando por la ausencia de un código de conducta o que los puestos del CGPJ no sean nombrados por los jueces. La lista, como digo, es larga y pone a la corrupción en el epicentro de nuestro sistema político. O sea, que es algo que tenemos que arreglar sin falta, no sólo por las graves consecuencias morales en el interior, sino porque internacionalmente el prestigio de nuestra democracia se está yendo por el desagüe.

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