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La cultura

Por Julio Fajardo Sánchez
sábado 12 de julio de 2025, 22:24h

Ignacio Peyró escribe un artículo titulado “Cultura sin ira”. No estoy de acuerdo en que la cultura, o cierta cultura que se intenta imponer, esté influenciada por la ira. Hay una confusión en esto; es la incultura la que se deja invadir por el odio. Entonces sería mejor decir cultura sin cancelación, porque es esto lo que describe cuando limita los campos a determinados temas que son identificados inmediatamente con el progresismo. Eso no es cultura, es apropiación militante en un ambiente donde se actúa como influencer sin serlo realmente.

No es nuevo. El monopolio cultural lleva apareado el desprecio a quien no comparte ideología ni se compromete en las trincheras del activismo. En algo tiene razón el articulista y es en afirmar las dificultades con que se encuentra el que pretende ser imparcial e independiente. En una cultura de compromiso esto es imposible, porque la lucha por el relato es el rédito inmediato para conseguir el apoyo unánime de una parroquia que sigue al argumentario y no se detiene a leer más que aquello que le recomiendan sus guías espirituales, como hacía la Iglesia en sus buenos tiempos.

Esta no es la guerra cultural, es solo intervencionismo en el territorio de la cultura, un aprovechamiento que utiliza a masas de ignorantes para disfrazarlos de expertos y eruditos sometidos a un proceso de aprendizaje interesado. Peyró quiere hablar de cancelación, pero no lo hace para no ser demasiado cruel con los que critica. En este ambiente a la moderación se la califica de tibieza, porque en la guerra cultural, o te posicionas decididamente a favor de un bando o no eres nadie. Ya llevamos demasiado tiempo sumergidos en esta tendencia dispuesta a valorar la mediocridad si se somete a los cánones de lo políticamente correcto, aquello que conduce a una conclusión indignante, como aconsejaba Stephan Hessel, y a la vez no se encuentra incluido en el mundo de lo no recomendable. El oportunismo hace que se mezcle el realismo mágico con los desmanes de la guerra civil, fabricando un cóctel que va a funcionar para varias ediciones, pero que será enterrado con el tiempo como perteneciente a una época pobre en ideas y sometida al dirigismo.

Peyró no habla de popes, pero haberlos haylos, y pontifican desde sus tribunas para decirnos qué es lo que debemos consumir adecuadamente. Se expone la teoría del resentimiento como valor reivindicativo, y esto va amoldando poco a poco a una sociedad que no desea ser aislada culturalmente si no se arrima a los modelos que se ofrecen desde la producción cultural recomendable.

La cultura se ha convertido en la costumbre de narrar un tiempo de reivindicaciones urgentes, de panfletos disfrazados de textos trascendentes, de formas exultantes, apoyadas las más de las veces en productos de IA, en mensajes intencionados que aprovechan para hacer de la cultura un arma más para lograr transformaciones sociales. La cultura no es eso, pero la verdad es que los intentos que se presentan palpables pretenden imponerse sobre lo que es la auténtica cultura. Ya sé que es difícil superar esa situación. Quizá sea eso lo que quiere decir Peyró cuando dice que se unifique a Lezo con Almodóvar, pero yo creo que en la situación de crispación actual es imposible.

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