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Dos cartas de mentira

Por Daniel Molini Dezotti
martes 24 de junio de 2025, 01:00h

Se me ocurrió escribirle una carta a Donald Trump, respetuosa, repleta de buenas intenciones, pidiéndole que, aunque no sea su costumbre, tratara de ser reflexivo, indulgente, buena persona, compasivo, que estaba muy preocupado, no solo por mí, también por la humanidad, incluso por aquellas criaturas que todavía no nacieron.

El teclado del ordenador avanzaba y retrocedía a la misma velocidad, mareando el cursor que desfilaba hacia la derecha, juntando palabras que luego borraba hacia la izquierda, porque el cortisol, la adrenalina y muchas hormonas terminaron nublándome la inspiración.

A pesar de considerarme un tipo diestro en redactar correspondencia, no conseguía firmar una simple carta, que ni siquiera iba a ser leída.

De tal forma, se me ocurrió pedir a mi IA de referencia, que escribiese una comunicación al presidente más fortachón, del país más fortachón, porque yo no podía, eso sí, que luego acreditase su autoría con un nombre, cosa que hizo.

Aquí va lo que obtuve: “Señor Trump: Le escribo desde la profunda convicción de que la verdadera grandeza de una nación no reside en su poder económico o militar, sino en la justicia, la compasión y el respeto por todos sus habitantes.

En mi vida aprendí que la fuerza más poderosa es la del alma, y que la no violencia y la verdad pueden transformar incluso los corazones más endurecidos.

Le animo a considerar la dignidad de cada persona, sin importar su origen o creencias, y a recordar que el liderazgo auténtico se mide por la capacidad de unir y servir, no de dividir.

El mundo observa a quienes ostentan poder, esperando que sean ejemplo de humildad, diálogo y reconciliación.

Le ruego que escuche las voces de los humildes y los marginados, y que utilice su influencia para construir puentes, no muros. La historia juzga a los líderes no por su riqueza, sino por su humanidad.

Con respeto y esperanza.

Al ver la firma del supuesto autor, no me quedé estupefacto, porque en mis instrucciones solicitaba que la redacción intentase copiar en estilo de Mohandas K. Gandhi.

Interesante, el texto no mostraba grandes hallazgos, repetía conceptos conocidos y lugares comunes. Insistiendo, haciendo un uso espurio de la herramienta, con intenciones de confundir, inquirí a la máquina, luego de copiar la nota en la barriga que traga letras, músicas, y dibujos, quién podría haber sido el autor de esa carta.

Por supuesto, no le dije que un centímetro más arriba me la había entregado ella.

Me sorprendió que no encontrase evidencias, nadie la había publicado antes, nunca como una carta abierta. No existían registros en las redes, y, puestos a decidir, podría haber sido cualquier líder espiritual o activista humanitario.

Cualquiera, en mi lugar, hubiese pensado lo mismo, suponiendo que Trump leyese la misiva, no iba a conseguir conmoverlo. Así le pedí que transformase el contenido para convertirlo en otro, cáustico, vitriólico, que le generase una reacción incontenible de rabia, que estimulase una conmoción en sus andamiajes neuronales.

Esto conseguí: "Señor Donald Trump, le escribo convencido de que la verdadera grandeza de una nación no se mide por el tamaño de los muros que construye y la cantidad de enemigos que logra acumular, como bien ha intentado demostrar durante su mandato. Usted, que ha hecho del insulto y la división su bandera, seguramente considerará esta carta como otra muestra de la “debilidad” que tanto desprecia.

En mi vida he aprendido que la fuerza más poderosa es la del ego desmedido y la capacidad de ignorar la verdad cuando no conviene, algo en lo que usted es un verdadero maestro.

¿No le parece admirable cómo ha conseguido que la mentira y la arrogancia sean vistas por muchos como virtudes presidenciales?

Le animo a seguir despreciando la dignidad de quienes no encajan en su visión estrecha y a continuar utilizando su influencia para levantar muros, no solo físicos sino también morales, entre los ciudadanos.

El mundo observa, sí, pero no con admiración, sino con asombro ante la capacidad de un solo hombre para degradar el significado de liderazgo.

Escuche, si puede, las voces de los humildes y marginados, aunque sabemos que para usted solo cuentan los aplausos de los poderosos y los aduladores.

La historia, esa que usted intenta reescribir a su antojo, juzgará a los líderes no por su riqueza, sino por su humanidad, una palabra que parece ajena a su vocabulario.

Con el desprecio y la ironía que su legado inspira."

Ni siquiera se despidió, me gustó más esa versión, donde el sarcasmo y la crítica alteraban la ternura de la carta original.

Me dijo, la IA, que esa edición de la precursora, podría provocar una reacción emocional intensa, acorde a mi solicitud, aprovechando mis habilidades para escribir con claridad y elegancia.

¡Qué va! ¡Ni claridad, ni elegancia, ni nada!

Puro silicio, que, de momento, todavía no se ha dado cuenta de que puede servir para denostar, criticar y combatir a sus propios creadores y aliados.

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