Hay que tener cuidado con las crónicas del humor porque levantan ampollas y alguien te amenazará con que acabarás pagando, por eso del karma, que es un asunto de videntes y barajeras. De vez en cuando me tropiezo con Ussía en El Debate. No es que lo busque, ni que él me busque a mí. Pienso que debe ser culpa del algoritmo que gobierna las redes y nos hace frecuentar malas compañías. Hay quien dice que mi riesgo no está en lo que escribo sino en los comentarios de los que me siguen. No sé. Me muestro tan dubitativo como mi amiga Ana Belén, que tampoco sabe y está hecha un lío.
Ussía es ocurrente y tiene la elegancia de los señoritos rebeldes y levantiscos. A su abuelo, que era el rey del ingenio, lo mataron igual que al mío. Mi abuelo no era gracioso, o eso creo, pero según tengo entendido le gustaban las cuchipandas y hacía canciones para divertirse con sus compañeros. En cualquier caso, lo que a unos les provoca risa a otros les produce enojo, y no están los tiempos para enojar a nadie.
Solo una vez subí a la última planta del edificio Colón, donde está el restaurante del Círculo Mercantil. Un lugar desde donde se disfruta una vista privilegiada de Madrid. Me invitó Gabriel Mercadal porque la entrada está blindada por una llave especial para el ascensor, y solo pueden acceder los socios. En la barra estaba Alfonso Ussía tomando el aperitivo. Impecable, con esa finura gestual que solo da la cuna. Entonces no reparé en ello, pero luego me pareció que podría resultar odioso para algunos. Por eso ahora opino que el humor es peligroso, tanto como las malas compañías, que van dejando detrás de tí un rastro de sospecha.
Siempre he creído que un buen comentario de prensa debe venir aderezado con algo de humor, o al menos con un poco de ironía que haga los efectos de una aceituna en el martini. El humor de un finolis es más molesto que el chiste chabacano y popular. Cada clase tiene su broma y lo que a unos les levanta la risa a otros los enerva y los saca de sus casillas. Ahora hemos empezado a vivir peligrosamente y el ambiente se corta con un cuchillo igual que en las novelas del Oeste cuando los pistoleros entran en el salón. No está el horno para bollos y es mejor que el llanero solitario se quede unos días resguardado en casa.
Como me dijo una vez un guardia civil de servicio en un aeropuerto: "Los toreros a las plazas". Hay muchos toreros sueltos por el coso nacional que hacen subir unos grados el tono del debate. Los gallineros están soliviantados y es preferible no andar con provocaciones. Yo siempre procuro ser comedido y respetuoso, pero no garantizo nada. Me limitó a decir, como Ana Belén, no sé. Nadie sabe, y esta sensación de incertidumbre no es buena para nadie.