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El vino de Gran Canaria, poesía embotellada

Por Antonio Morales Méndez
miércoles 11 de junio de 2025, 23:58h

El gesto de abrir una botella de vino de Gran Canaria revela a un mismo tiempo el final y el principio de una historia. Es, por un lado, el desenlace de una gran obra colectiva. Esto es así porque cada botella deja entrever en su trasluz el relato de las personas que cuidaron de la viña bajo el sol o en la bruma, en el fondo del cráter o en la pendiente, con un mimo que se asemeja al que reservamos a los seres más queridos.

Habla también de quienes se desvelaron en el cuidado de las uvas para obtener de ellas su mejor versión. Y, aunque dure apenas un instante, cada sorbo es testimonio de un tiempo, el registro de un año completo y, en definitiva, el poso de la memoria de la tierra, con sus lluvias y sequías.

Especialmente en el caso de territorios como nuestra isla, cada barrica ha resguardado en su interior, como un hechizo que no deja de asombrarnos, el reflejo de los rasgos distintivos de Gran Canaria. No en vano, los vinos isleños traducen en su lenguaje de aromas la amplia variedad climática, paisajística y etnográfica de Gran Canaria.

Expresan también la tierra, que se ve fielmente retratada por la presencia de viñedos de pie franco que permiten que las distintas variedades beban del fuerte carácter volcánico del suelo. Percibimos igualmente el sereno y el salitre; la flor y la madera; el legado y la innovación; el rumor de la costa o de la acequia; el calor del barranco sureño y la brisa que se enhebra en las cresterías de la cumbre.

El escritor Robert Louis Stevenson escribió que “el vino es poesía embotellada”. Quienes estamos al tanto de su historia comprendemos claramente la importancia del vino como manifestación cultural y su papel esencial en la protección del territorio y la biodiversidad así como para la fortaleza del sector primario. Un vino nace y renace al saborearlo. Su fin es su nuevo comienzo. Y es precisamente en este punto donde quiero situar el principio de la historia y su proyección hacia el futuro.

En el momento de brindar en compañía por la nueva cosecha, vivimos siempre un momento casi mágico, pero quiero invitar sobre todo a la reflexión, porque comprobaremos una vez más que identidad, desarrollo sostenible y soberanía alimentaria caben perfectamente dentro de los límites de la copa que tendremos entre las manos.

Cuando levantamos las mismas copas, podemos recordar los versos de John Keats en su poema sobre la Taverna de la Sirena, en los que se pregunta si podían existir vinos más finos que los canarios. También los alabó Shakespeare en fragmentos literarios que cuelgan en las paredes de algunas bodegas de Gran Canaria.

No obstante somos conscientes de que el sector se enfrenta a importantes retos y que los vinos fermentan en el sacrificio, el sudor y, en ocasiones, también en la frustración. Aún así, podrá mermar la cantidad de la producción pero no su calidad, ni el alza de la superficie cultivada.

Del mismo modo, sabemos que la colaboración entre el Cabildo y el conjunto del sector está logrando su consolidación. Prueba de ello es que el Programa Insular de Desarrollo de la Vitivinicultura está permitiendo un incremento sostenido de las hectáreas en producción cristalizado en 21 hectáreas nuevas en los últimos cuatro años hasta alcanzar las más de 190 actuales, en una tendencia que nos diferencia del resto del archipiélago.

El regadío para saciar la sed de los viñedos es un eje fundamental de nuestro apoyo. Así, más de la mitad de las infraestructuras hidráulicas ejecutadas desde 2018 ha sido para zonas vitícolas. Actualmente, el 80% de la viña de Gran Canaria tiene sistemas de riego. Asimismo, el respaldo del Gobierno de la isla abarca la promoción, la formación especializada, los sistemas de vigilancia ante las plagas y una amplia serie de programas en coordinación con el Consejo Regulador, la Federación Vinigrán, viticultores, viticultoras y bodegas.

Todo ello se está traduciendo en caldos cada vez más valorados que son el mascarón de proa de esta nave que avanza con rumbo claro. Y con mucha gente remando en la misma dirección, como atestigua por ejemplo la Ruta del Vino de Gran Canaria.

El último hito ha sido la autorización para la puesta en marcha del primer y único vivero de Canarias con la categoría de multiplicador de la vid, que nos permitirá entregar al campo ejemplares para renovar y ampliar los cultivos con plantones sanos y pertenecientes a variedades certificadas.

El sector del vino es por otro lado motivo de orgullo por su capacidad para aunar tradición y experimentación y por su afán por extender la savia de la integración y la igualdad, desterrando prejuicios que no maridan con la actual sociedad grancanaria.

El vino merece la máxima sensibilidad por parte de la población local y de quienes nos visitan. Valorar los vinos de Gran Canaria es una manera de cuidar de nuestra isla y de la gente que se mantiene apegada a la tierra. Contribuiremos igualmente a preservar variedades singulares. Si desaparecieran, dejarían un vacío que no podría llenarse ni con mil barricas de vino. Lucharemos de paso contra la uniformidad industrial carente de matices y personalidad. Por el contrario, cada copa de vino local es una victoria de nuestro territorio y nuestra cultura. Y eso se lo debemos a vinos con cuerpo, pero dotados ante todo del alma de las personas que los hacen posibles.

“Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia”, afirmó Borges. Podemos añadir que los vinos de Gran Canaria también nos enseñan el camino hacia el futuro.

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