Veo en la tele a algunos niños que son interrogados sobre el Quijote. Uno de ellos asegura que se trata de una parte del cuello, pero enseguida es corregido diciéndole que eso es el cogote. Otro, más acertado, expone que es la historia de un loco que leía muchos libros, que quería ser caballero, pero no lo consiguió porque no se sacó el carnet. Los niños y los locos suelen decir la verdad, por eso éste asimila la capacidad para ser facultativo o experto o líder, al hecho de haber superado algo parecido a unas primarias, que es el equivalente a conducir un autobús después de haber obtenido la capacitación por medio de unos exámenes.
Por este procedimiento muchos genios se quedaron a las puertas del reconocimiento para serlo y otros mediocres sortearon, con ardides y con trampas, todas las pruebas que se le pusieron por delante para alcanzar el triunfo y el poder. El Quijote no fue caballero porque no se saco el carnet. Esta afirmación sencilla contiene una gran sabiduría debido a la enorme cantidad de artilugios que se pueden poner en marcha en los procesos de selección. De esta manera estamos rodeados de facultativos, de expertos y de líderes que nos dictan sus verdades irrefutables y solo son aquellos que se sacaron el carnet para ejercer a base de métodos poco recomendables. Esa es una de las importantes crisis de credibilidad que tienen las sociedades actuales, al depositar la confianza en quienes carecen absolutamente de ella.
Hoy existen otras técnicas para fabricar al marqués de Carabás, y el gato con botas dispone de relatos ficticios, de inteligencia artificial y, como no, del candor excesivo y fanatizado de sus seguidores, para lograr lo que se propone. Hoy se cuenta con excesiva frecuencia el avatar de un ascenso fulgurante hacia el poder basado en el intento permanente de subvertir el orden de las cosas, quebrantando las promesas e intentando remover la voluntad utilizando urnas ocultas detrás de un biombo.
Esto no ha hecho otra cosa que crear un creciente estado de desconfianza ante las normas que nos hemos dado para la convivencia. Son los auténticos síntomas del deterioro. Nunca es más verdad lo que dice el niño. Don Quijote no fue caballero porque no pudo sacarse el carnet. Si lo hubiera conseguido la historia habría sido diferente, y en lugar de una suerte de descalabros sería el relato de los sortilegios que conducen al triunfo. Alonso Quijano se habría convertido en el auténtico desfacedor de entuertos, por encima de los tribunales, de la Santa Hermandad y de los opinadores de la época. Todo lo que parecía fantasía habría pasado a ser realidad y viviríamos en el imperio de los pillos, al que inmediatamente pertenecería el Caballero de la Triste Figura, convertido en un emperador de poder infinito repartiendo ínsulas y prebendas entre sus seguidores más fieles.
El niño tiene razón: don Quijote no llegó a ser un caballero porque no se sacó el carnet. Menos mal. En la vida real las cosas no suelen suceder como en las novelas, para nuestra desgracia.